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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Andrés observó, en una de sus frecuentes ojeadas, que Rosa iba descalza, y detuvo el paso. No había reparado en que vas descalza, Rosa. Tampoco yo repuso ella mirándose tranquilamente a los pies. Cuando chica andaba mucho así: no se me hace novedad. No, no puedes seguir de ese modo: te vas a hacer daño. ¿Quieres ponerte mis zapatos? La joven soltó una carcajada.
Usted que ha viajado tanto y es un héroe, ilústreme con su experiencia... ¿Qué opina usted del amor? Pero la poetisa, á pesar de sus ojeadas tiernas y miopes, vió que Robledo huía murmurando excusas, como si le asustase una conversación iniciada con tal pregunta. Elena le rogó semanas después que asistiese á una fiesta dada por la condesa. Son reuniones muy originales.
Don Ramón Escudero estaba ya en el comedor sentado en una butaca y echando frecuentes ojeadas al reloj, que no se daba tanta prisa a caminar como él quisiera. Era un hombre grueso con el pelo blanco, las mejillas rasuradas, la fisonomía plácida.
Era una ovación silenciosa de ojeadas y sonrisas, igual á la que saluda la entrada de una tiple célebre en el teatro de sus triunfos. Cerca de dos semanas duró su batalla con el Casino; ganaba, perdía, volvía á ganar. Su «trabajo» empezaba á las tres de la tarde, prolongándose hasta media noche, y transcurría la hora del té, luego la de la comida, sin que ella se enterase.
No se la comerán los lobos respondió ásperamente. "¡Malísimo!" tornó a decirse Emilio. En efecto, Irenita dirigiendo ojeadas de temor y ansiedad a su mamá y su marido, se metió sola en su berlina, mientras ellos subían a la de la primera.
No me ofendo replicó la joven procurando sonreir. Voy a saludar a Rosario. ¿Quiere usted llevarme? En la antesala, separada sólo por algunas columnas del salón, charlaban los padres graves, echando ojeadas satisfechas a éste, donde veían a sus hijas divertirse. Alguna vez, se destacaba un máscara del baile, y venía a embromarles.
Los mineros miraban al barrenador rústico, y después cambiaban entre sí ojeadas de asombro. ¡Pero, aquel animal, no descansaba nunca! Palidecían como si de golpe se alterase su digestión, poniéndose de pie dentro de su estómago, todas las buenas cosas traídas de Bilbao y rociadas con Cordón Rouge.
Y volvió al paseo, y a echarle ojeadas y a meditar. «Pero si me caso el lunes, y hoy es miércoles... ¡En qué ocasión se le ocurre a uno casarse!... Estoy entre el altar y el abismo... Hombre, homo sapiens de Linneo, no te deslices, coge una piedra y date con ella en el pecho como San Jerónimo. Honradez, tienes cara de perro...». Isidora dejó de escribir, poniendo la pluma a un lado.
Palabra del Dia
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