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Por otra parte, estaba la señora Ladbrook, que de cofia y con un turbante en la mano hacía una reverencia y sonreía con dulzura, diciendo: «De ningún modo; yo esperaré»; a otra dama que se hallaba en la misma posición que ella y que atentamente le ofrecía la precedencia frente al espejo. Pero apenas la señorita Nancy hizo su reverencia, una dama de cierta edad se adelantó.

Por el camino Agustín me hablaba de sus esperanzas, decía «mi mujer» con un aire de posesión tranquila y segura que me hacía olvidar todas las asperezas de su carrera y me ofrecía la más perfecta expresión de la felicidad.

Lázaro notaba que todo esto no eran mortificaciones ni martirios, pero también se decía que aquello no era vivir en el mundo y sus luchas, y que siendo buenas cuantas gentes le rodeaban, no podía ser detestable la vida. ¡Cuan diferente se le ofrecía el espectáculo del mundo que empezaba un paso más allá de aquellos respetados muros!

Más allá del Ecuador estaba la tierra llamada «Mesa del Sol», por la dulzura de su clima y la generosa abundancia de sus productos. En ella vivían seres felices que, al no tener que preocuparse de las necesidades de la vida pues la Naturaleza, pródiga, les ofrecía todo con exceso , dedicábanse al estudio de las causas naturales, y especialmente de la astrología.

Aquellos robustos jóvenes se ahogaban en los estrechos límites de las conveniencias sociales y muy á menudo sentían deseos de quitarse el frac en plena reunión y de meterse la corbata blanca en el bolsillo. La vida al aire libre de los ingleses les ofrecía un atractivo que compensaba las tristezas de los salones.

Cerráronse las puertas y D. Félix, sin querer tomar nada de lo que D.ª Robustiana le ofrecía, se retiró á su habitación. Manolete en la cocina de abajo estuvo largo rato narrando á los mayordomos y á la servidumbre los incidentes de la enfermedad y muerte de la señorita. Al día siguiente D. Félix no quiso salir de su cuarto ni recibir á nadie.

De modo que tambien por su calidad especial ofrecia esa planta un artículo importantísimo y vasto de comercio. Sin embargo, se indicarán las causas que impiden conseguir las ventajas espuestas como ramo de estanco y como ramo de comercio.

Las muchachas contemplaban con asombro a la Marquesita y sus dos acompañantas, admirando sus pañolones floreados de la China, sus relucientes peinados. Los hombres se encogían modestamente ante el señorito, que les ofrecía una copa, mientras sus ojos se iban tras la botella que tenía en las manos. Después de hipócritas negativas, bebieron todos.

La piel dorada levantábase de trecho en trecho, probando así la delicadeza y blandura de la carne que cubría, y ofrecía a mis ojos un satisfactorio espectáculo. ¡Bravo! dije yo. Pero Susana ¿habrá resultado bien la cuajada? ¿Hay mucha? Y, mira, ¡sazona bien la ensalada! Tengo costumbre de hacer bien cuanto hago, señorita. Por otra parte ese señor no es ni un príncipe ni un emperador, según pienso.

Estamos enteramente solos dijo el duque : los que nos han traído no saben quién eres, ni de dónde sales. Y esta era la verdad. ¡Oh Dios mío, y qué locura! dijo Esperanza asiéndose encendida y trémula, al brazo que el duque la ofrecía. Subieron unas escaleras. Dos horas después el duque bajó por aquellas mismas escaleras, pálido y pensativo.