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Actualizado: 10 de julio de 2025
Un frondoso árbol cercano ofrecía el mejor refugio y bajo sus ramas se cobijó Roger, aun antes de oir la cordial invitación de dos viajeros que le habían precedido y que sentados al pie del árbol tenían delante media docena de arenques salados, un pan moreno y una bota que después resultó estar llena de leche fresca y no de vino.
El horizonte circular que se abarcaba desde aquel punto culminante de la costa, aun sin apartarse del pie de la torre, ofrecía una grandiosa sorpresa en una zona tan pobremente accidentada que no presenta casi en ninguna porción de ella ni contornos ni perspectivas. Recuerdo que un día Magdalena y el señor De Nièvres quisieron subir a lo alto del faro. Hacía viento.
La novena de San Ramón atraía mucha gente a la iglesia de San Pedro. Era un templo grande, sucio y tenebroso hasta de día: por la noche, con cuatro o cinco lámparas de aceite colgadas aquí y allá a largas distancias, ofrecía un aspecto siniestro.
Hasta este punto el diálogo había sido de pie. Doña Blanca ni se sentaba ni ofrecía asiento al Comendador.
Esto se decía pronto, pero hacerlo ofrecía serias dificultades. ¿A dónde daba el balcón del tocador? Al parque. ¿Cómo se podía entrar en el parque? Por la puerta. ¿Pero quién tenía la llave de la puerta? Una, Frígilis; con esta no había que contar. ¿Y la otra? Don Víctor.
No se había atrevido siquiera a pronunciar el nombre de su marido. Cuando llegó a su casa escribió una larga carta a Tristán. Este no le contestó. Entonces la pobre mujer, rechazada y despreciada por todos los deudos y amigos de Reynoso, aislada y avergonzada se dejó marchar por la suave pendiente que delante se le ofrecía.
Empeño inútil. La aspiración de los hombres será eternamente que exista cada vez más libertad, más fraternidad, más justicia. Con esta afirmación el ruso pareció tranquilizarse. El y sus acompañantes hablaron del espectáculo que ofrecía París preparándose para la guerra.
El conde la miraba con los ojos húmedos, haciendo esfuerzos increíbles para dominar su emoción. La sentía siempre que se ofrecía a su vista aquella niña. Cuando le tocó la vez no hizo más que rozar con los labios su rostro cándido. Pero Josefina, con el admirable instinto que los niños tienen para saber quién los ama, se colgó a su cuello dándole pruebas de particular cariño.
Gil de Mesa fué en su nombre á noticiar á la Princesa Catalina de Borbón, al Rey, á Villeroy la resolución de abandonar el mundo, entrando en religión; propósito que parecía muy bien al Secretario de Estado. Probablemente por vez primera se ofrecía con sinceridad á secundarle con su influencia para entrar en situación en que podría hacer su fortuna y la de sus amigos.
Amaury, a fuer de buen conocedor del terreno, llegó en seguida a la puerta del saloncito en cuestión, que precisamente estaba entreabierta, y antes de entrar permaneció un instante en el umbral como fascinado por el cuadro que se ofrecía ante su vista.
Palabra del Dia
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