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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Octavio sintióse aún más lisonjeado por estas palabras que por el buen sitio que la condesa había otorgado á su clavel, y mientras caminaban en dirección á la huerta se enredó en un laberinto de explicaciones metafísicas sobre las diferencias y afinidades que existen entre la galantería, el amor, la amistad, la simpatía, etc., etc.
Octavio, para huir el vago malestar que le aquejaba, procuró representarse bien el apuro en que se veía y el sagrado ministerio de la persona que tenía delante. Se hizo cargo de que no había más remedio que entregarse en manos del cura, saliese lo que saliese, y le dijo con decisión: Señor cura, he venido á su casa para hablarle de un asunto muy grave.
La niña sonrió y siguió mirando para los cartones que tenía delante. ¡Hola, hola! ¿Pero el señorito Octavio es novio de la niña de D. Marcelino? ¡Quién lo hubiera pensado hace pocas horas al verle tan rendido y melifluo al lado de la condesa de Trevia!
Al penetrar los tres varones en el comedor, el conde y Octavio se levantaron: el cura permaneció sentado lo mismo que las mujeres. ¡Oh, señores, qué pronto se han tomado ustedes la molestia de venir! Señor conde dijo D. Marcelino, estábamos impacientes por saber cómo habían llegado ustedes á la Segada.
Octavio le devolvió la caricia afectuosamente y le dirigió una mirada tierna y grave á la vez. Estaba un poco pálido, como el cirujano que va á acometer una operación importante. Sentáronse todos con el estruendo acostumbrado, y como de costumbre también quedaron juntos los novios. Del otro lado de Carmen se colocó D.ª Demetria.
El malestar de Octavio iba en aumento. Apuntábale ya el deseo de marcharse. Sintió al mismo tiempo sed, porque el salchichón hacía ampolla en la lengua. ¿Podrían traerme un vaso de agua, señor cura? No blasfeme usted, señorito... ¡Qué agua ni qué ocho cuartos!
Mientras tanto Octavio separaba un lápiz de oro que pendía como dije de la cadena de su reloj, y volviendo un cartón del revés escribió estas palabras: «Adiós, dueño mío; voy á pensar en ti». Después presentó el cartón á su novia. La niña se rió, y pidiéndole el lápiz comenzó á borrar lenta y cuidadosamente lo escrito.
Vaya, vaya, callen los novios y empiece ya á cantar manifestó D.ª Feliciana. Vamos allá. Paco empezó á remover con mucha prisa y donaire la bolsa. Las bolas de madera de boj que había dentro produjeron un ruido desagradable. Octavio acercó la boca al oído de Carmen y le dijo suavemente en voz muy baja: ¿Te has acordado de mí hoy?
Al cabo de media hora, poco más ó menos, se escuchan ligeros pasos por la estancia; ábrese lentamente la puerta y una voz que aspira inútilmente á ser discreta y suave dice: Señorito... señorito Octavio. ¡Eh!... ¡cómo!... ¿quién va? Soy yo, señorito... ya son las nueve.
Octavio lo quitó precipitadamente de la boca. Con mucho gusto. Mil gracias. Estaban ya próximos á la empalizada que circuía la finca, y para no volver por el mismo sitio empezaron á caminar al lado de ella.
Palabra del Dia
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