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Actualizado: 4 de junio de 2025
Coronel Andrés Hernández. Coronel Roberto Méndez Peñate. Coronel Manuel Lores. Coronel Aurelio Hevia. Coronel Cosme de la Torriente. Coronel Carlos Mendieta. Coronel Baldomero Acosta. Coronel Manuel Miares. Coronel Francisco Martínez. Coronel Octavio Giberga. Comandante Alberto Barreras. Capitán José Aranda. Teniente Francisco Aranda. Sr. Antonio Pardo Suárez. " Erasmo Regüeiferos.
Con la frente bañada en un sudor frío, los ojos extraviados y agarrado fuertemente al árbol, parecía hallarse en presencia de un espectro. Su agonía se prolongó cerca de media hora. Por último, la voz femenina pronunció un adiós y dejó de escucharse. Octavio pudo ver una figura breve y gentil que se deslizaba por la huerta y desaparecía.
El duque Octavio asiste á la entrevista anterior á la cita sin ser notado de los amantes, advirtiéndose que ama también á la Princesa, aunque sin esperanza de ser correspondido, por cuyo motivo toma la insidiosa resolución de fingirse el Conde.
El cura les dejó á la salida del villorrio y emprendió el camino pendiente y tortuoso de la rectoral. Los cuatro vecinos de Vegalora siguieron la calle de avellanos que conducía al río, salvaron el puente, y una vez en la carretera fué asunto de pocos minutos el poner el pie en la villa. Octavio apenas despegó los labios en todo el camino.
Los señores condes, ó los condes á secas, como pedía el señorito Octavio que se dijese. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Hecha la señal de la cruz, los condes se sentaron, desdoblaron las servilletas y acercaron las sillas á la mesa. Los niños continuaron en pie con las manos sobre el pecho murmurando una oración.
Octavio besó la firma de la carta, dejó caer las manos sobre las rodillas y la cabeza sobre el pecho. Así estuvo largo espacio inmóvil como una estatua, delante de su escritorio. Al volver en sí, escapósele del pecho un suspiro blando y prolongado. Era la nota final, triste y moribunda de una melodía del corazón. Alzóse de la silla y con paso vacilante fué á abrir la ventana.
Alguna que otra vez apuntó D. Marcelino, cuando tienen una copa de más dentro del cuerpo, suelen cometer cualquier desmán, pero ya se sabe que entonces obra el vino por ellos. Y tienen bastante afición á lo ajeno indicó el señorito Octavio. Casi todos los años nos dejan sin fruta en la huerta.
¡Qué calor tan sofocante! Prefiero los días de sol; ¿y usted? Antes también los prefería. Hoy me he pasado á los nublados. ¿Y por qué? Por algo extraño que está acaeciendo en mi espíritu y que no acierto á explicarme. He cambiado mucho de gustos de poco tiempo á esta parte, condesa. Pues yo voy á explicarle en dos palabras lo que le sucede. Usted está enamorado, Octavio.
Al fin, aquella corza ligerísima, un poco más familiarizada con la vista del joven, principió á vagar por los contornos de la tienda, aunque siempre recelosa y pronta á escapar. Una noche Octavio le dió la mano al despedirse, como si se tratase de una persona formal. La niña se lo agradeció con una sonrisa.
Es decir... ¡Octavio! añadió abriendo los brazos con lágrimas en los ojos: a usted le puedo contar, usted ha sido casi mi hijo... ¡Estamos poco menos que en la miseria! ¿Por qué no quiere que vaya con Lidia? Voy a tener con usted una confesión de madre concluyó con una pastosa sonrisa y bajando la voz: usted conoce bien el corazón de Lidia, ¿no es cierto?
Palabra del Dia
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