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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Los días festivos dedicábalos íntegros á la lectura de novelas sentimentales. Por estas razones y por algunas otras análogas, se consideraba la mujer más sensible del distrito. Octavio poseía varias propensiones ó cualidades de su madre, entre ellas la afición á las flores y á la lectura.
Lo que se me ocurrió decir hace tiempo sobre las novelitas del Sr. Reyles, ha dado ocasión o motivo a una extensa polémica en la que han tomado parte el mismo Sr. Reyles, la señora doña Emilia Pardo Bazán y los señores D. Jacinto Octavio Picón y D. Eduardo Benot.
Octavio habló también un rato con la señora que tenía al lado. Mas aunque aparentase indiferencia, claramente se leía en su rostro el disgusto que la conducta ligera de su novia le causaba. Irritado al fin le dió un golpecito en el brazo y le dijo con acento irónico: ¿Con cuál de los dos te quedas? La niña mostróse un poco cortada y respondió mirando para los cartones: ¡Qué tonto eres!
La condesa y Octavio se habían quedado un poco atrás y siguieron hablando del baile de los duques de Hernán Pérez, ó sea del «mundo del espíritu», como decía nuestro señorito. La horticultura no les seducía. Mas al hallarse en frente de una frondosa y espléndida magnolia, ambos detuvieron el paso para contemplarla.
Siempre es preferible ser hombre á ser piedra. No me atrevo á disputarlo, porque mi causa es antipática; pero crea usted que hay momentos en que daría uno cualquier cosa por ser piedra. Nada, nada, Octavio, está usted enamorado; se le conoce á la legua dijo la condesa con alegría infantil y familiar capaz de trastornar á cualquiera.
Que Octavio ha dejado pasar el trece que le faltaba sin dar el alto. Pues ahora ya no tiene derecho exclamó precipitadamente y lanzando miradas ansiosas al plato D.ª Faustina. ¿Y por qué no la ha de tener, si estaba distraído? repuso D.ª Feliciana. Pues por lo mismo; el juego es juego y se ha de atender á él con formalidad. No se apure usted tanto, señora, que no es puñalada de pícaro.
Porque usted, señor conde, es muy raro, muy raro, muy raro... Siempre lo ha sido... siempre lo ha sido... ¿Á que no le pasa otro tanto al señorito Octavio? ¿no es verdad, señorito?... ¡Cuánto más vale aquel Madrid tan hermoso, tan suntuoso, que esta miserable aldea! Yo no estuve en Madrid, señor cura... El joven pronunció estas palabras visiblemente turbado.
Como al fin y al cabo Octavio tenía veinte años y una imaginación nada apagada, y le bullía la sangre en el cuerpo, por más que en todo el pueblo no hubiese mujer capaz de inspirarle una pasión aérea y nerviosa como su entendimiento más que su corazón ansiaba, no pudo sustraerse á la ley que á todos los humanos encadena.
En su casa lo esperaba una tarjeta de Lidia: "Idolatrado Octavio: Mi desesperación no puede ser más grande, pero mamá ha visto que si me casaba con usted me estaban reservados grandes dolores, he comprendido como ella que lo mejor era separarnos y le jura no olvidarlo nunca tu Lidia."
Aunque calienta un poco el sol, ya estamos acostumbrados á sufrirlo... ¿no es verdad, D. Primitivo?... Además, cuando las cosas se hacen con gusto... ¿eh? ¿eh? Y reía bienaventuradamente D. Marcelino, y reía el conde, y reía D. Primitivo, y reía el cura, y hasta se reía el señorito Octavio. De todos modos, lo agradezco en el alma, señores. ¿Y qué tal, qué tal por estas tierras? Perfectamente.
Palabra del Dia
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