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Actualizado: 2 de noviembre de 2025


A fe de gentilhombre que si alguien muriese aquí no se encontraría con qué enterrarle. ¡Tanto peor! ¡tanto peor! ¡nobleza obliga! El duque de La Tour de Embleuse no es un ama seca, ¡y sobre todo del hijo de la señora Chermidy! Antes me dejaría morir en un jergón. Doctor, estoy muy contento de que me haya puesto a prueba y no le guardo ningún resentimiento.

»Item, que en las comedias se quite el desmesurarse los embajadores con los reyes, y que de aquí en adelante no le valga la ley del mensajero ; que ningún príncipe en ellas se finja hortelano por ninguna infanta, y que a las de León se les vuelva su honra con chirimías , por los testimonios que las han levantado; que los lacayos graciosos no se entremetan con las personas reales si no es en el campo, o en las calles de noche; que para querer dormirse sin qué ni para qué, no se diga: «Sueño me toma», ni otros versos por el consonante, como decir a rey, «porque es justísima ley», ni a padre, «porque a mi honra más cuadre», ni las demás; «A furia me provocó» , «Aquí para entre los dos» y otras civilidades, ni que se disculpen sin disculparse, diciendo: «Porque un consonante obliga a lo que el hombre no piensa» .

Cuando llegó el turno a Mercedes, Velázquez la retuvo las manos entre las suyas un momento y le dijo por lo bajo viéndola sonreir: ¡Qué contenta estás, Mercedes! Te alegras de que me vaya, ¿verdad? Ni me alegro ni me entristezco. Pues que nadie te obliga á marchar, debe de ser un viaje de recreo el que haces respondió ella sin dejar de sonreir.

3 Contra el amor no hay engaños, de D. Diego Enríquez. 4 El hijo de Marco Aurelio, de D. Juan de Zavaleta. 5 El nieto de su padre, de D. Guillén de Castro. 6 Osar morir da la vida, de D. Juan de Zavaleta. 7 A lo que obliga el ser Rey, de Luis Vélez. 8 El discreto porfiado, de tres ingenios. 9 La lealtad contra su Rey, de Juan Villegas. 10 La mayor venganza de honor, de D. Álvaro Cubillo.

»No estaba ya desterrada, era rica y dichosa, y más dichosa aun por deber toda mi felicidad al amigo de mi infancia! ¡Ah! ¡cuán grande es la gratitud, y cuán dulce hace las personas que amamos, y con qué satisfacción recibimos el beneficio que nos obliga a amar más todavía!

Sin embargo, el deber profesional me obliga a guardar silencio hasta haber recibido de París una respuesta. No puede tardar, y apenas la reciba me apresuraré a ponerla en su conocimiento. Demasiado conocemos esos medios dilatorios interrumpió Simón; hace ya dos años que se nos quiere engañar con promesas y aplazamientos.

«Pero no había que alarmarse, ni perder la paciencia». En el último trance, se atrevió a decir cuando ya lo creyó oportuno, suceda lo que Dios quiera; si es preciso sufrir por bien de la fe una prueba terrible, se sufrirá; porque el nombre de cristiano obliga a eso y a mucho más. Allí don Fermín no decía que la virtud era fácil. Era poco menos que imposible.

»Señora: »La pregunta que usted hace me hiere en lo vivo y me obliga a confesar una situación deplorable, en la que nos hallamos muchos jóvenes de mi edad, sin atrevernos a quejarnos. »Nadie desea casarse más que yo. Desgraciadamente, no tengo fortuna. Siendo reducidos mis recursos, me es tan imposible encontrar una mujer rica, como casarme con una pobre. »Homenajes respetuosos.

De buena gana la daría y aun me quedaría allá, pero mis papás no tienen más hijo que yo... y ya ve usted. Quédese usted, quédese usted... No piense en Madrid por ahora... Tiempo le queda para saber lo que es aquello. No vaya usted á creer, condesa, que es curiosidad lo que siento, no; es el deseo que tengo de llenar ciertos vacíos que hay en mi espíritu lo que me obliga á pensar en Madrid.

Las imposiciones son justas, cuando es forzosa la necesidad que obliga á ponerlas, pero cuando el Príncipe consume la hacienda con dádivas ó gastos impertinente y excesivos, ninguna justificacion pueden tener, pues solo proceden de sus desórdenes ó descuidos.

Palabra del Dia

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