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Actualizado: 2 de junio de 2025


Estaba yo tan nerviosa por las interminables discusiones que había tenido que sostener con la abuela en los últimos días, que me eché a llorar. Genoveva me abrazó. ¡Oh! no llores, Magdalena... Qué niña eres... Nadie te obliga a casarte... razonable... Razonable... Que si quieres... Cada vez lloraba más... La de Ribert parecía consternada y Genoveva, para consolarme, acabó por llorar también.

Así contribuye el enrarecimiento del aire en las altas regiones á la belleza de las cimas, impidiendo á la suciedad de la atmósfera baja llegar hasta las cumbres, pero también obliga á los invisibles vapores salidos del mar y las llanuras á condensarse y á engancharse como nubes en las laderas de la montaña.

No merece este amor asesino que me ha entrado en el alma murmuraba la comedianta bajando precipitadamente las escaleras . ¡Yo estoy loca! ¡yo me muero! ¡Dios mío! ¡irá! ¡irá! ¡le parezco hermosa! ¡le embriago!... ¡, irá! pues bien... ¡me vengaré de él y de ella! ¡él me obliga! ¡aquel horrible beso!... ¡Oh, Dios mío!

Hay gentes a quienes la manía de ser grandes les hace descender a pequeñeces que uno creería con trabajo si ellas mismas no diesen todos los días ocasión de presenciarlas. En cuanto a , esto me causa una indignación tan violenta, que no soy dueño de contenerla y que me obliga absolutamente a demostrarla cuando me tropiezo con una de esas personas.

Toda la batalla fue negocio de algunos segundos. D. Luis había estado sereno, como un filósofo estoico, a quien la dura ley de la necesidad obliga a ponerse en semejante conflicto, tan contrario a sus costumbres y modo de pensar; pero, no bien miró a su contrario por tierra, bañado en sangre, y como muerto, D. Luis sintió una angustia grandísima y temió que le diese una congoja.

Habla luego con su padre, que le propone un enlace con una dama de belleza y amabilidad tan extraordinaria, que ninguna otra puede comparársele. Esta es la misma de quien está apasionado el mancebo; pero no conociendo su verdadero nombre y para oponerse al casamiento propuesto por su padre, finge que se ha casado ya en Salamanca, y lo obliga, por tanto, á anular el trato ya hecho.

Sabe que el fantasma que acaba de cruzar al alcance de sus perdigones es la hembra, la Dulcinea perseguida y recuestada por innumerables galanes en la época del celo, a quien el pudor obliga a ocultarse de día en su gazapera, que sale de noche, hambrienta y cansada, a descabezar cogollos de pino, y tras de la cual, desalados y hechos almíbar, corren por lo menos tres o cuatro machos, deseosos de románticas aventuras.

Tampoco me sería lícito, ni conveniente, la reproducción de ciertas interjecciones indispensables para el colorido, ni podrían pasar muchas comparaciones, llenas, por otra parte, de gracia y de verdad. Suplan, pues, esta omisión con su propia memoria aquellos de mis lectores que conocieron el tipo, y los que no, perdónenmela en gracia del motivo que me obliga á incurrir en ella.

Pronto olvidan al que adoraron y cambian de ilusión como de moda. Esta no. Esta no repitió Jacinta, asustada de ver a su enemiga tan distinta de como ella se la figuraba. No. Ha dado en la tontería de quererme siempre lo mismo, como antes, como la primera vez. Aquí tienes otra cosa que me anonada, que me obliga a ser indulgente. Ponte en mi lugar, hija.

Aunque sintamos ofender la perspicacia de nuestros lectores, la verdad nos obliga a declarar que la damisela del corredor no era la blonda Nieves, sino la blonda Valentina. ¿Cómo? ¿Aquella arisca costurera tan enemiga de los señoritos y que además tenía un novio llamado Cosme? La misma en cuerpo y alma, con sus rizos dorados sobre la frente, su entrecejo saladísimo y nariz un poquito remangada.

Palabra del Dia

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