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Se adaptan bien; se espolvorean con azúcar y canela y se les pasa por encima la pala candente. TORTILLA CON DULCE. Se trabajan bien cuatro yemas con cincuenta gramos de azúcar molida; se añaden las claras batidas a punto de nieve, cincuenta gramos de harina y un vaso de nata bien batida.

En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, así como salió della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio, dando señales de que le iba reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza estado mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a voces: -Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriote don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes.

-Bien parece, Sancho -respondió la duquesa-, que habéis aprendido a ser cortés en la escuela de la misma cortesía; bien parece, quiero decir, que os habéis criado a los pechos del señor don Quijote, que debe de ser la nata de los comedimientos y la flor de las ceremonias, o cirimonias, como vos decís.

¡Mejor está la nata! repone su camarada. ¿Te la comiste? ¡Corcía!...; ¡toa la apandé con el deo! En aquel instante recuerda con susto el primero que su padre arma el gran escándalo cada vez que falta la nata á su ración diaria de leche, y que sus costillas conservan más de un testimonio de tan borrascosos sucesos, impresos por los dedos paternales.

En cuanto a hoteles, pueden mencionarse el del Parque, un poco fuera del Centro, pero accesible en carruaje o por tranvía, el Oriental, el de La Nata, el Colón y el Barcelona, sin que esto agote la lista, pudiendo el viajero consultar la opinión de los conocedores.

En cambio, aquellas a quienes trataba constituían la flor y nata del gremio; el estado mayor de los ejércitos del diablo. Unas, nacidas en baja condición, fueron encumbradas en virtud de su belleza; otras habían trocado la miseria vergonzante de la clase media por el esplendor lujoso de la corrupción. A todas sirvió de escabel la imbecilidad de los hombres.

Pasaban de cincuenta los comensales del otro sexo, rigorosamente vestidos de sociedad, lo mismo que los criados que les servían los manjares y los vinos, y figuraban entre los primeros las tres cuartas partes de los ministros, incluso el presidente; los de ambos «cuerpos colegisladores»; varios diputados de empuje, con grupito; la flor y nata de los ancianos del senado; el Capitán general y el Gobernador civil de Madrid..., y así sucesivamente; porque una cosa es que todos estos y otros personajes estimaran al anfitrión en lo que verdaderamente valía, y otra muy diferente los rumbosos festivales que sabía disponer en su casa para prestigio de ella y regalo de sus amigos.

Al llegar aquí no pude ya contener mi gozo por más tiempo, y arrojándome en los brazos de mi recomendado: Venga usted acá, mancebo generoso exclamé todo alborozado; venga usted acá, flor y nata de la andante comiquería: usted ha nacido en este siglo de hierro de nuestra gloria dramática para renovar aquel siglo de oro, en que sólo comían los hombres bellotas y pacían a su libertad por los bosques, sin la distinción del tuyo y del mío.

En fin, salió el duque a apearla; y al entrar en un gran patio, llegaron dos hermosas doncellas y echaron sobre los hombros a don Quijote un gran manto de finísima escarlata, y en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces: ¡Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes!

Me han puesto al frente de este pelotón de buenos muchachos; ¿quieres venirte con nosotros? Diciendo esto, señaló a los esclarecidos varones que le seguían, los cuales, o yo me engaño mucho, o eran la flor y nata de Ibros, Sierra de Cazorla y Despeñaperros, todos gente de ligerísimas piernas y manos. Dile las gracias por el ofrecimiento, y seguí mi camino.