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Sup.^co a V. M.^d, a su natural Piedad digo, q. con ella lo quiero auer, me haga merced de mandar escriuir al Prior de esta Abbadía, que me recoja en ella para q. me cure, pues no estoy para passar casi de una casa a otra, ó para q. si muriese, tenga cerca la sepultura, y algun amigo al lado.

Iba decayendo de día en día y en poco estuvo que se muriese; pero la providencia de Dios, que sin duda le reservaba todavía para algo útil, quiso que, cuando menos lo pensaba, arrojase algunas varas de solitaria. Averiguada con tal motivo la enfermedad que le aquejaba, era fácil curarle, y en efecto, en poco tiempo se curó y quedó tan bueno como antes.

Empiezo a creer que no estoy criado para el matrimonio y que soy una especie de anfibio hecho como ellos para flotar entre dos aguas sin hacer pie jamás en tierra firme. Me maldigo y me injurio de despecho por ser como soy y no poder ser de otra manera. No valía la pena que se muriese Marignol, puesto que no me produce ningún contento. Elena al Padre Jalavieux.

En los periódicos se habían publicado artículos acerca de él; unos de burla, otros en serio, sosteniendo la tesis de que constituía un fenómeno mental, un caso de estudio, invitando al director del Hospital-manicomio a que hiciese con él experiencias científicas, y proponiendo que cuando muriese no se le enterrase sin antes haberle sacado el cerebro, a fin de analizarlo.

Como su hermana había pocas en la isla: guapa, alegre y con un buen pedazo de pan, pues el siñó Pep hablaba en todas partes de dar Can Mallorquí al yerno cuando él muriese. ¡Y el hijo que se reventase con la sotana a cuestas al otro lado del mar, sin ver más atlotas que las indias! ¡Futro!... Pero su indignación duró poco.

Toma esta esquela, que entregarás a la señora de Maubán. La he escrito en francés a propósito para que no puedas enterarte de ella. Y dile que si tiene en algo la vida de todos nosotros, no deje de hacer lo que en ella le indico. Juan temblaba al oírme, pero no me quedaba elección posible y tuve que fiar en él. No me atreví a esperar más porque temí que el Rey muriese en su prisión.

Cuando vio que Germana estaba irremisiblemente condenada, tuvo miedo de que muriese demasiado pronto y se interesó por su vida. Algunas veces ella misma conducía al conde a la calle de Poitiers y le esperaba en su coche. La duquesa había comprendido que no podía casar a su hija en aquel zaquizamí y alquiló por mil francos mensuales un bonito departamento amueblado en una casa próxima.

A fe de gentilhombre que si alguien muriese aquí no se encontraría con qué enterrarle. ¡Tanto peor! ¡tanto peor! ¡nobleza obliga! El duque de La Tour de Embleuse no es un ama seca, ¡y sobre todo del hijo de la señora Chermidy! Antes me dejaría morir en un jergón. Doctor, estoy muy contento de que me haya puesto a prueba y no le guardo ningún resentimiento.

Era posible que no muriese. ¡Tenía aquel organismo tales energías!... Lo temible era la conmoción que había sufrido, el sacudimiento, capaz de matar a otros instantáneamente; pero ya había salido del colapso y recobrado sus sentidos, aunque la debilidad era grande... Cuanto a las heridas, no las consideraban de peligro. Lo del brazo era poca cosa; tal vez quedase menos ágil que antes.

A toda hora atormentábala el temor de que cuando muriese la colocaran en un ataúd demasiado corto, donde no pudiera estirar las piernas. Era muy modesta, suave, de lindo rostro exangüe, como se pinta a las monjas y a las santas. Mientras hablaba, sus largos dedos blancos arreglaban los encajes rotos de su peto.