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Actualizado: 18 de junio de 2025
La señorita se ha puesto tan grave que mi amo no ha querido que muriese en Málaga y la ha traído á Oviedo. Allí están desde hace seis días, según creo. Se espera de un momento á otro una desgracia. D. César se llevó la mano á la frente con abatimiento y al cabo de unos instantes de silencio exclamó: ¡Así es la vida Regalado, así es la vida! ¡Oh raza de mortales!
Sí, tal vez; era casi seguro. Alicia mostró de pronto cierta confianza. Ocho meses que nada sabía de él; pero otras madres estaban en el mismo caso. No debía desesperar. Hombres dados por muertos en las primeras batallas volvían á sus casas después de un largo cautiverio. Además, ¿era lógico que un hijo de ella muriese de hambre y de miseria lo mismo que un mendigo?... Lubimoff asintió otra vez.
Clementina estaba con el brazo levantado y amenazador, la cara descompuesta por la rabia, los ojos verdes de bilis, los dientes apretados y crujientes. Herminia tuvo miedo de que la atacase una congestión y muriese allí, herida por ella, á la que, en suma, había servido hasta entonces de madre.
En medio de una expansión placentera, cuando fluían de la boca de ambos alegres carcajadas, de pronto aparecía una arruga en su frente, quedaba repentinamente grave, luego sombrío y comenzaba a pensar y hablar de las desgracias que en pos de tales alegrías le podía aportar el Destino. ¡Si se muriese aquel niño! ¡Si Clara se quedase ciega como Visita! ¡Si él se arruinase y quedasen en la miseria sujetos a pedir limosna! ¡Si cualquiera de los dos enfermase y se viese obligado a permanecer en la cama paralítico como tal o cual persona de su conocimiento!
Adivinaban que huía por haberse «desgraciado», y como este infortunio le puede ocurrir á todo hombre que usa cuchillo, se limitaron á darle explicaciones sobre el rumbo que debía seguir, añadiendo algunos pedazos de carne de cabra seca, para que no muriese de hambre en su audaz travesía. Cuando hubo consumido todas sus vituallas, no por esto perdió el ánimo.
Quedaban en el suelo pedazos de intestinos, cortados para facilitar la operación del «arreglo». Otros fragmentos de sus entrañas estaban en el redondel cubiertos de arena, hasta que muriese el toro y los mozos pudieran recoger estas piltrafas en sus espuertas.
Y se las dio apuntadas con mucho primor en una tarjeta: acercóse también el tío Frasquito y suplicóle encarecidamente que, no bien muriese aquel infeliz, se lo avisase al punto por telégrafo; diole entonces su nombre y señas, y el importe del telegrama: una peseta.
Si, por desgracia, fuere el lidiador quien en aquel instante muriese, su muerte, ya que no moral, tendrá no poco de hermosa, y la compasión y el terror que causare estarán purificados por la belleza, de acuerdo con las reglas de la tragedia, escritas por el gran filósofo griego.
El compañero vio aún borrosos en la pared dos monigotes que había pintado con carbón cuando tenía ocho años. Sin los pequeñuelos que gritaban y reían persiguiéndose, se hubiera creído que la vida estaba en suspenso en este rincón de la catedral, como si en aquel pueblo casi aéreo no naciese ni muriese nadie.
Esta andaba no sé cómo, medio enferma, con la paletilla caída, según decía; y por más que se la levantó una saludadora con los rezos y ensalmos de costumbre, la paletilla seguía en sus trece, y la muchacha tristona, pensando en cómo quedarían sus pequeños si se muriese ella.
Palabra del Dia
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