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Actualizado: 18 de junio de 2025
Las puertas del infierno se abrirían para ella cuando muriese, y quedaría sepultada eternamente en los tormentos de los condenados. Se estremeció de horror. ¿Sería posible que Dios la perdonase aquel gran pecado? No dudaba de su misericordia infinita, mas para ser perdonada era necesario arrepentirse. Entonces pensó vagamente en huir de su amante y hacer penitencia.
Cada Oficial, sin esto, hizo su alambico para su casa, y muchos vivanderos hicieron los suyos, con que sacaban agua para vender. Vendíanla al principio á un real el cuartucho; después fué faltando leña, y vino á valer á dos reales el cuartucho, ques media azumbre de la medida de España. Esta agua fué muy gran parte á que no muriese mucha más gente de la que murió.
Lo único que sintió fué tenerse que separar de su carnero, que dexó á la Academia de ciencias de Burdeos, la qual propuso por asunto del premio de aquel año determinar porque la lana de aquel carnero era encarnada; y se le adjudicó á un docto del Norte, que demostró por A mas B, ménos C dividido por Z, que era forzoso que fuera aquel carnero encarnado, y que se muriese de la moniña.
Su gobierno es de por vida, y si la Providencia hubiese de consentir que muriese pacíficamente como el doctor Francia, largos años de dolores y miserias aguardan a aquellos desgraciados pueblos, víctimas hoy del cansancio de un momento.
Mientras vivía el Conde, mientras la condesa pudo morir antes de que el Conde muriese, se guardó bien don Jaime de enamorarse de mí. Mira, pues, en lo que viene a parar todo el poema de amor que yo había compuesto. El amor desinteresadísimo que en don Jaime me enamoró, fue un cálculo seguro de alzarse sin trabajo con diez y siete millones. Don Jaime calculó bien, y no quiso aventurar nada.
Para el caso de que muriese este amigo de mi padre antes de la muerte de la Condesa, tuvo autorización dicho amigo de confiar a su hijo el secreto y de transmitirle la comisión. Dicho amigo se llamaba D. Diego Pimentel. Su hijo es mi marido D. Jaime. Muchos años hacía que él sabía que yo podía ser poderosa, pero no le bastó conocer la posibilidad. Necesitó de la certidumbre para enamorarse de mí.
Le enviaban muy poco dinero para sus gastos, y llevaba trajes extraños, hacía mucho tiempo pasados de moda. Tenía una confianza absoluta en Pomerantzev, y le rogaba con frecuencia que se cuidase del ataúd cuando ella muriese. Es verdad que el doctor me lo ha prometido; pero no tengo gran confianza; su papel es engañarnos, mientras que usted es de los nuestros.
Vuelve, Isabel, esos ojos; Que no soy yo por lo menos Quien á tus ojos serenos Quitó luz y puso enojos. 1800 ¿Quién tan bárbara y cruel, Á tu hermosura atrevido, Causa de tu enojo ha sido? ¿Quién te me enojó, Isabel? No es posible que tuviese 1805 Noticia de mi rigor, Sin que luego de temor Súbitamente muriese.
11 Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; el vaso que el Padre me ha dado, ¿no lo tengo que beber? 12 Entonces la compañía de los soldados y el tribuno, y los ministros de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron. 14 Y era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, que era necesario que un hombre muriese por el pueblo. 15 Y seguían a Jesús Simón Pedro, y otro discípulo.
Teníale el rey empleado en sus galeras, y aunque menudeaban las cartas cuanto era posible, del afán de una carta esperada pasaba mi madre al del recibo de otra, y tanto más, que estaba en cinta de mí, y el tiempo pasaba, y temía mi madre que mi vida fuese para ella la muerte, y muriese sin volver a ver a su esposo.
Palabra del Dia
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