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Actualizado: 5 de junio de 2025
Cerraban la marcha la viuda de García y doña Dolores, ésta carilarga y erisipelatosa de cutis, la viuda sin tocas ni lutos, antes muy empavesada de colores alegres. Los destellos del sol poniente, muriendo en las aguas de la bahía, alumbraron a un tiempo a Baltasar y a Amparo, haciendo que mutuamente se viesen y se mirasen.
Un día, en que a ella se le antojó que tenía una inflamación del hígado... en el bazo, fue en busca de su esposo y le encontró en su alcoba tocando la flauta. Su indignación no encontró palabras; allí no había elocuencia posible, a no ser la del silencio... y la de los hechos. «Ella muriendo de un ataque al hígado y él... ¡tocando la flauta!». Aquello merecía testigos, y los tuvo.
Que no respondió Manuel ; le habría puesto encima de la burra, y le habría llevado al lugar, ya que se acabaron los conventos. Aquí no teníamos burra ni alma viviente que pudiera hacerse cargo de ese infeliz. ¡Y si es un ladrón! Quien se está muriendo, no roba. Y si le da una enfermedad larga, ¿quién la costea?
¿Para qué me habéis llamado? exclamó el joven con afán acercándose. Decidme primero lo que habéis pensado de mí al leer la carta que os he enviado con don Francisco. He creído... no he creído nada, porque vuestra carta me ha aturdido. ¿No le veis, señora? ¿No conocéis que estoy muriendo? Domináos, reflexionad y decídmelo: ¿qué pensáis de esta extraña cita?
Al cruzar el vestíbulo y entrar en el corredor que conducía a la habitación de Laura, la atmósfera de aquella casa en que había nacido su gran amor tan súbitamente perdido para siempre, y donde ahora acaso estaba muriendo su dulce rival querida, la envolvió como en una realidad ardiente. Le parecía de cierto modo revivir. La habitación de Laura estaba ahí, a pocos pasos.
En fin dijo Lucía alzando el semblante donde las líneas redondeadas y fugaces de la adolescencia comenzaban a trocarse en trazos más firmes , yo marcharé si tú me lo ordenas; pero convencida de que es una mala acción abandonar así a una amiga, cuando se está muriendo. Salió del cuarto.
Aquí hay un infeliz que se está muriendo. Oyéronse pasos precipitados, aunque pesados. Eran los de un anciano, de no muy alta estatura, cuya faz apacible y cándida indicaba un alma pura y sencilla. Su grotesco vestido consistía en un pantalón y una holgada chupa de sayal pardo, hechos al parecer de un hábito de fraile; calzaba sandalias, y cubría su luciente calva un gorro negro de lana.
Luchar, luchar con él quiero ahora y siempre. Usted le llama demonio: yo el mal, el dolor universal. Yo, sé cómo se le vence. Con fe y buenas obras exclamó la niña. Muriendo respondió él.
Y dió unos cuantos quejidos tan lastimeros, que Clara tuvo angustia de oírlos. Después siguió: Mira, ven; entramos: yo le digo que eres mi hija y que no has comido un bocao, y que el méico te ha recetado una cosa que cuesta un duro. Tú dices que no la quies tomar, y que si saco el duro, compre pan pa estos niños que se están muriendo.
-Vaya vuesa merced -dijo Sancho-, y vuelva presto, por un solo Dios, que ya no lo puedo llevar el estar aquí sepultado en vida, y me estoy muriendo de miedo.
Palabra del Dia
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