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Actualizado: 5 de junio de 2025
El corazón y la conciencia libraban en su espíritu el mismo combate que antes riñeron la fe y la duda; pero el desenlace no podía ser igual. Sus creencias habían ido muriendo lentamente, día tras día, hora tras hora, como plantas creadas en la vida artificial y falsa de una estufa que de repente se sacan a la abrasada luz del sol y al frío azote de los vientos.
Jamás os he visto acompañada de un hombre que valga seis maravedises. Y esto que, sin contar conmigo, que hace un siglo me estoy muriendo por vos, os siguen y os persiguen más de cuatro gentileshombres. Por eso, porque en vuestro gusto particular no confío, y porgue no es cosa de preguntar á estos señores, que por envidia podrán informarme mal, quisiera conocer á ese portento.
19 Y aconteció que, pasando un día tras otro, al fin, al cabo de dos años, las entrañas se le salieron con la enfermedad, muriendo así de enfermedad muy penosa. Y lo sepultaron en la ciudad de David, mas no en los sepulcros de los reyes.
En efecto, Samper había salido aquella misma noche de Madrid para Santander. Había llegado turbado a casa diciendo que tenía a su padre muriendo, metió apresuradamente alguna ropa en la maleta y había partido. Tristán quedó sofocado de indignación. Comprendió que todo aquello no era más que una comedia.
Y el último de los Paleólogos, combatiendo y muriendo gloriosamente en defensa de Constantinopla, fue digno de la majestad cesárea; puso término glorioso al secular poder de griegos y de romanos, y merece no menor aplauso que Leónidas y más piadosa simpatía.
Retiróse á una soledad, en donde pasó el resto de sus días en prácticas piadosas y en ejercicios expiatorios, muriendo en olor de santidad. Un escritor de esa época refiere que, á su muerte, tocaron por sí mismas las campanas, y que, al dar sepultura á su cadáver, sucedieron otros milagros.
Yo hice seña a Elena de que se acercase. Esta mujer se está muriendo le dije muy bajo. Elena me miró con espanto y palideció. Todavía no, ¿verdad? Todavía no... Y su voz me suplicaba como si hubiera dependido de mí el prolongar aquella vida expirante. Estoy seguro de que le quedan pocos instantes de vida. Si quiere usted evitar el cruel espectáculo de su agonía, no se esté usted aquí.
El cura entró un momento en la alcoba oscura de la sala, y salió empuñando un par de zapatillas como lanchas, que dejó caer con estrépito a los pies de su sobrino. Ahora quítate esa gabardina. ¿Qué gabardina? La que traes puesta, hombre... no vale nada... parece de papel... Te estás muriendo de frío. Andrés comprendió que se refería al jaquette. No, señor, no tengo frío.
Beber y más beber. El vinazo y el aguardientazo le remataron. Una mañana despertó ella oyéndole dar unos grandes gruñidos... así como si le estuvieran apretando el tragadero. ¿Qué era? Que se estaba muriendo. Saltó espantada de la cama, y llamó a los vecinos. No hubo tiempo de suministrarle y sólo le cogió la Unción. Esto pasaba en Lérida.
También podía ser que sonaran y ella no los oyera. Pero ¿cómo no los oía Segunda, que estaba al otro lado del tabique? Luego, el brazo se puso también como carne muerta, resistiéndose a moverse. «¿Será que me estoy muriendo?» pensó la joven, echando miradas a su interior. Pero poco pudo ver allí, por estar el interior a oscuras o fantásticamente iluminado.
Palabra del Dia
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