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Actualizado: 26 de junio de 2025


Al cabo de este tiempo la soltaba, y vuelta a comenzar con otra. Toda la villa conocía estas flaquezas de su temperamento. Contábanse de él en las tertulias de hombres muchísimas anécdotas, graciosas unas y sucias otras, que hacían reír a los pacíficos habitantes en las largas, lluviosas noches de invierno. No se violentaba para ocultar los excesos de su viciosa naturaleza.

Durante la convalecencia de los dos enfermos, Leticia y Verónica, como si quisieran resarcirse de los afanes y tristezas que habían sufrido juntas como dos hermanas, mejor que como dos amigas, hablaron mucho, de muchísimas cosas: de todo menos del príncipe ruso y de su duelo con el subsecretario de Gobernación, y de Pepe Guzmán, que no asomaba por ningún sendero a cumplir la palabra empeñada con Verónica.

Oyendo esto D. Pedro, que indolentemente se apoyaba en el respaldo del sillón, irguiose, atusó los largos bigotes y gravemente habló de esta manera: Señora, señorita y caballeros: puesto que este joven apela a mi lealtad, probada en cien ocasiones, declaro que no una, sino muchísimas veces he oído elogiar su buen comportamiento, su caballerosidad, su valor como militar, con otras distinguidas prendas de paisano que le han creado abundante número de amigos en el ejército y fuera de él.

Navarro manifestó en su semblante, sin decir palabra alguna, el disgusto que le causaba un tema planteado ya muchísimas veces, aunque, sin fruto, por el venerable padre Gracián. No, no frunza usted el entrecejo dijo este, mostrándose decidido . No cejaré sino cuando usted me retire su amistad y me arroje de su casa. Eso no....

¡Ea!, dejemos las disputas. Hasta ahora no he oído ninguna en que se convenciese nadie... ¿Qué me cuentas, Visita, qué me cuentas de Rosarito Abella? Muchas, muchísimas cosas te voy a contar. En primer lugar te diré que se ha pintado de rubia... Está, según dicen, para darle un tiro.

Como vulgarmente se dice, le echó muchísimas flores; pero, con tal arte, que la más presumida no hubiera creído al oírlas que eran nacidas de amor, ni negado tampoco resueltamente que de amor naciesen, porque iban enlazadas con miramientos tales que acaso se hubiera podido interpretar por temor de ofender lo que las contenía dentro de ciertos límites.

Rompió el papel. Isidora y Martín lo creyeron porque lo estaban viendo; que si no, no lo hubieran creído. «Eso se llama hombre cabal.... D. Francisco, muchísimas gracias dijo Isidora conmovida. Y el otro, tapándose la boca con las sábanas para contener el acceso de tos que se iniciaba: ¡María Santísima, qué hombre tan bueno!

Entre las muchísimas faltas que me ponen los críticos, nada me aflige tanto como que me acusen de pintar siempre mujeres algo levantiscas y desaforadas. «¿Con quién se trata el autor? dicen . ¿No ha conocido sino mujeres livianas? ¿Por qué no nos presenta en sus historias a las honradas y puras, a las que cumplen siempre con su deber, a las que pueden y deben servir de modelo?» «Este autor añaden odia a las mujeres o tiene malísima opinión de ellas

Muchísimas veces me ha dolido ver escritores de gran talento ejercitarlo en asuntos ingratos, y he deplorado que les hubiese faltado el valor de Shakspeare y Molière para «tomar su bien donde lo hallaren». Este miserable temor de tratar asuntos ya tratados no lo conocieron los antiguos.

Era este juego un antídoto contra el «spleen». Era la mejor imagen de la vida. Era el astro propicio de los nacimientos, la piedra filosofal que buscaran en vano los alquimistas, la panacea de todos los males, y muchas y muchísimas otras cosas más, no menos buenas y brillantes...

Palabra del Dia

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