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Actualizado: 7 de junio de 2025


No respondió nada a esto la embozada, ni hizo otra cosa que levantarse de donde sentado se había, y, puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el cuerpo en señal de que lo agradecía. Por su silencio imaginaron que, sin duda alguna, debía de ser mora, y que no sabía hablar cristiano.

Del sepulcro del duque de Medinasidonia solo existe hoy la memoria en una lápida que hay en la pared al lado del Evangelio, con un epitafio que dice: «Aqui yace D. Enrique de Castilla, duque de Medinasidonia, conde de Cabra, señor de Alcalá y de Mora, hijo del muy alto rey D. Enrique II el Magnífico;» y en la inscripcion de la capilla de la Encarnacion, ó de los Sousas, que dejamos ya reproducida.

Quién lo dubda? Por montañas, por montes, por honduras Te atreves á pasar en las tinieblas De la cerrada noche, sin camino Ni senda que te guie á donde quieres? O libertad, y quanto eres amada! Amigo caro, el cielo santo haga Salir con buen subceso tu trabajo, Que yo me voi al mio, que es ya hora. Dios te acompañe. Y él vaya contigo. Sale la Mora al encanto, en entrandose estos.

Sólo llegó el cura al punto de cuando los franceses despojaron a los cristianos que en la barca venían, y la pobreza y necesidad en que su camarada y la hermosa mora habían quedado; de los cuales no había sabido en qué habían parado, ni si habían llegado a España, o llevádolos los franceses a Francia.

A los veintitrés años estoy cruelmente desengañado de todas las cosas de la tierra y siento un profundo desdén por el mundo y por mismo, porque he visto que en la naturaleza no hay más que aflicción y que en el corazón del hombre sólo mora la amargura. Llega, lanza sobre lo que le rodea una mirada inexperimentada, y en inmenso afecto abraza ávidamente a todas las criaturas.

A más del uso del aceite de coco, contribuye en gran manera á la conservación del pelo, el gogo, raíz parecida á la de la mora. Aquel se lava perfectamente y después se exprimen sus jugos.

13 Pero esperamos cielos nuevos y tierra nueva, según sus Promesas, en los cuales mora la justicia. 14 Por lo cual, oh amados, estando en esperanza de estas cosas, procurad con diligencia que seáis hallados de él sin mácula, y sin reprensión, en paz.

Yo lo creo, me contestó, como que es el manto de la Magdalena. ¡¡Pero, señora, le dije con cierta gravedad, el manto de la Magdalena sobre los hombros de una mora!! Ca, no señor, si mañana han de bautizarla. La contestación me pareció tan razonable, y sobre todo fué dicha con tal naturalidad, que comprendí sería perder el tiempo añadir una palabra más en el asunto.

En una de las noches de representación se hallaba á mi lado una elegante y airosa mestiza, la misma que había costeado los trajes de la reina mora. Esta se encontraba en escena luciendo un primoroso manto bordado de oro, y á su vista no pude menos de felicitar á la dueña por su exquisito gusto.

»En efeto, lo que a la mora se le respondió fue esto: El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios y es la que te ha puesto en corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien. Ruégale que se sirva de darte a entender cómo podrás poner por obra lo que te manda, que ella es tan buena que hará.

Palabra del Dia

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