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Vio la puerta de la Macarena, que toma su nombre, según unos, del de una hija de Hércules, a quien Julio César la consagró; y según otros, del de una princesa mora, que allí tuvo un palacio. Don Pedro el Cruel entró por ella muchas veces vencedor, y también don Fadrique, cuando el mismo don Pedro, su hermano, le sacrificó a su resentimiento.

15 Un mismo estatuto tendréis, vosotros de la congregación y el extranjero que mora con vosotros; estatuto que será perpetuo por vuestras edades; como vosotros, así será el extranjero delante del SE

Tal vez le damos de almidon un cesto, Tal de algarrobas con que el vientre llena, Y no se estriñe, ni se va por esto. Sea, le respondi, muy norabuena, Tieso estoy de celebro por ahora, Vaguido alguno no me causa pena. La nuestra en esto universal señora, Digo la poesia verdadera, Que con Timbreo y con las musas mora,

16 y limpiará el santuario, de las inmundicias de los hijos de Israel, y de sus rebeliones, y de todos sus pecados: de la misma manera hará también al tabernáculo del testimonio, el cual mora entre ellos, en medio de sus inmundicias.

Sabras, esposa amada, que el artero Y vengativo amor ha salteado Con aspero rigor airado y fiero El pecho de mi ama, y le ha llagado De una llaga incurable, pues le tiene Deste pecho que es tuyo, enamorado, Y á do quiera que voi conmigo viene, Y segun que la mora me declara, Solo con el mirarme se entretiene.

Preguntó don Fernando al captivo cómo se llamaba la mora, el cual respondió que lela Zoraida; y, así como esto oyó, ella entendió lo que le habían preguntado al cristiano, y dijo con mucha priesa, llena de congoja y donaire: ¡No, no Zoraida: María, María! -dando a entender que se llamaba María y no Zoraida.

-Por ella y por -respondió el captivo- os beso, señora mía, las manos, y estimo mucho y en lo que es razón la merced ofrecida; que en tal ocasión, y de tales personas como vuestro parecer muestra, bien se echa de ver que ha de ser muy grande. -Decidme, señor -dijo Dorotea-: ¿esta señora es cristiana o mora? Porque el traje y el silencio nos hace pensar que es lo que no querríamos que fuese.

Aquí vivo seguro del trato y del engaño hydras sangrientas de la fe traidora. Aquí vivo seguro del mayorazgo estraño, y heredero del Sol y de la Aurora. Aquí la verdad mora: allá, si bien se mira, se mezcla la mentira con la lisonja fiera. Siempre aquí es primavera y allá todo es estio... ¡Oh mil veces dichoso albergue mio!

Cuando sola y huérfana quedaste, yo fuí tu apoyo, yo tu amorosa madre, y ahora, que me ves anciano y desvalido, escoges este momento para dejarme; húndeme antes en el sepulcro, y luego vete, que así cumpliendo antes conmigo, podrás cumplir mejor y a salvo con el gusto tuyo. ¡Con el gusto tuyo, que bien quiera Dios no convertírtelo en amargo acíbar! ¿Quién te ha dicho que esos castellanos mirarán nunca con amor a la sangre mora?

Acordamos, ansimesmo, que sería bien responder al billete de la mora; y, como teníamos quien lo supiese hacer, luego al momento el renegado escribió las razones que yo le fui notando, que puntualmente fueron las que diré, porque de todos los puntos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida.