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Y al cabo de un rato, su mente saltó de improviso con una idea nueva, expresada en medio de los ahogos de la desesperación, como un rayo que atraviesa las nubes y momentáneamente las horada, las ilumina con sus refulgentes dobleces. «¿Pero qué demonios es esto de la virtud, que por más vueltas que le doy no puedo hacerme con ella y meterla en ?». Entonces advirtió que no había mojado la ropa.

Entraron otra vez en la sala y, tentando el suelo, tropezaron con el tarro de la ginebra, que no estaba agotado por completo. Dieron con las copas y se escanciaron todo lo que había. Acto continuo salieron a la calle. El pavimento de gruesos guijarros estaba mojado. Caía una lluvia menudísima, tan espesa que en poco tiempo calaba la ropa como el más fuerte aguacero.

Cuando entré en mi cuarto, mi madre, aun despierta, me preguntó desde la cama: ¿Te ha ocurrido algo? No, nada. ¿Te has mojado? No. ¿Pasa algo importante? No; mañana te to diré. Guardé en el cajón de la mesa, bajo llave, la carta que me había dado mi tío para Machín; luego me acosté; pero por más que quise dormir, no pude conseguirlo.

Pronto se convenció de que era sangre. ¡Sangre! ¡La cosa en el mundo a que ella tenía más terror! Dominada aún por el susto, no se quejó. Levantó la falda de su vestidito y se secó, o por mejor decir, se lavó la cara, porque el vestido estaba mojado. Pero lo que más sentía, lo que le dolía de un modo horrible eran las manos. No sabiendo qué hacer para aliviarse, comenzó a soplarlas.

Y estremecíase al contacto de su mojado pantalón, creyendo sentir el rozamiento de agudos dientes. Cansado, desfallecido, se echó de espaldas, dejándose llevar por las olas. El sabor de la cena le subía a la boca. ¡Maldita comida, y cuánto cuesta de ganar! Acabaría por morir allí tontamente... Pero el instinto de conservación le hizo incorporarse.

Jaime no pudo comprender este prodigio. ¿Realmente era él quien había tirado?... Quiso levantarse, y sus manos, al palpar el suelo, chapotearon en un barro denso y caliente. Se tocó el pecho, y también lo encontró mojado por algo tibio y espeso que chorreaba en hilillos sutiles e incesantes. Intentó contraer las piernas para arrodillarse, y las piernas no le obedecieron.

Estoy convencido de que los primeros días no enfermé por un esfuerzo extraordinario de la voluntad. Constantemente estaba febril, mi cabeza ardía; de noche no podía dormir y caía en un estado de abatimiento profundo. Al amanecer, a la hora de diana, me levantaba con las ropas húmedas y el pelo mojado; sentía dolores en todas las articulaciones y una gran postración.

»Adiós, querida hermana. Felicidades. »JuanAl escribir esta carta se veía que Machín habla arrugado el papel y lo había mojado con sus lágrimas. Machín, nuestro enemigo, se convertía en nuestro protector y nuestro pariente. HABLA EL M

Al volverse vió que quien había entrado en su celda no era el bufón, sino el cocinero del rey. Francisco Martínez Montiño venía mojado completamente. Su capa goteaba, ó por mejor decir, chorreaba la lluvia que había empapado sobre la estera de la celda. Era una de esas tardes lóbregas, en que parece que la Naturaleza, sobrecogida por un dolor silencioso, se cubre con un velo y llora.

Pero si yo le juro a usted que no hay nada; que esto no tiene nada que ver con todas esas otras calumnias de antaño.... Peor; peor que peor.... Y sobre todo lo que yo temo es que el otro se entere, que Camoirán crea todo eso que ya dicen. ¡Que ya dicen! ¡En dos días! , en dos; en medio... en una hora.... ¿No ves que te tienen ganas? ¿que llueve sobre mojado?... ¿Hace dos días?