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Actualizado: 17 de junio de 2025
Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña.
Su fiel Iscar se revolcaba sobre la arena y mojaba sus largas crines, cuando de pronto dio un brinco y lanzó un relincho que hizo volver bruscamente a su dueño y le sacó de su ensimismamiento. En aquel momento, el cuchillo del marino se levantaba sobre el pecho del gitano; éste asió al asesino por la garganta con tal prontitud y fuerza, que no pudo ni lanzar un grito.
Nada de fintas, ¿entiendes?... Los golpes han de ser rápidos y decisivos... Déjale a él que finte cuanto quiera... Tú quieto, sereno, aplomado... a parar y contestar nada más... Ya caerá en alguna contestación. ¡Pues no ha de caer! Miguel mojaba distraídamente el bizcocho en el chocolate pensando Dios sabe en qué.
Tenía a su derecha el barreño del amohado, en el cual mojaba el cargador, especie de palillo grueso; y extendiendo una leve capa de líquido sobre la cara interior de los candentes hierros, apresurábase a envolverla en el molde con su dedo pulgar, que a fuerza de repetir este acto se había convertido en una callosidad tostada, sin uña, sin yema y sin forma casi.
Marta creyó que en el papel de niña inocente que la había tocado en aquella comedia, había esta acotación: Vase. Y se retiró al comedor, donde encontró a Minghetti, que mojaba bizcochos en Málaga. No estaba alegre como solía. Desde allí se oían, de tarde en tarde, los gritos de Emma como si los diera con sordina.
La fiebre trotaba, galopaba por los campos del pavor y la demencia, y su cráneo llenábase, cual pútrida calabaza, de monstruoso gusaneo de visiones, que subían unas sobre las otras con esfuerzo incesante, glutinoso, desesperado. Después de largo lapso de tiempo, despertó, puede decirse, de aquel calenturiento delirio. La fiebre se había alejado como una tormenta. Frío sudor le mojaba las sienes.
Sentábase a la mesa, mojaba la pluma en el tintero, se acariciaba la frente; pero a su espalda cantaba la aguja al perforar el lienzo, crujían los corsés al amontonarse, zumbaban las moscas en torno de su cabeza, y el calor pesado y asfixiante cubría su piel de perlas de sudor. Rompía papeles y más papeles, y acababa por dejar la pluma con rabioso movimiento.
Al fin Adriana misma aparecía, mojaba los dedos en la pila del agua bendita, se persignaba; su semblante no perdía la dulce naturalidad de la expresión. Su andar era suave, su silueta pasaba entre la silenciosa concurrencia arrodillada. Muñoz aspiraba largamente la impresión que recibía en el alma; y era como un desvanecimiento de su ser, una blandura para todos sus sentidos.
Una boca húmeda se unió modestamente á la boca del marino, al mismo tiempo que la barba de éste se mojaba con un rocío de lágrimas. Y no se dijeron más. Cuando, semanas después, escuchó doña Cristina la petición de su hijo, su primer movimiento fué de protesta. Una madre oye con anticipada benevolencia toda pretensión sobre una hija, pero es ambiciosa y exigente cuando se trata de un hijo.
Díjole después el pobre viejo que se moría de hambre; que no había entrado en su boca, en tres días, más que un pedazo de bacalao crudo que le dieron en una tienda, y algunos corruscos de pan, que mojaba en la fuente para reblandecerlos, porque ya no tenía hueso en la boca.
Palabra del Dia
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