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Actualizado: 21 de julio de 2025
Sí, Dios mío... Cuando veo las tumbas de muchos viejos vecinos que he conocido jóvenes, y sobre las cuales paso yo ahora cuando voy a misa, pienso con tristeza que mi estancia en la tierra no puede ser eterna, y que no puede tardar en abrírseme la eterna mansión: y las lágrimas se me saltan cuando pienso en lodo lo que debo dejar a mi partida: mi pobre marido, compañero fiel de mi juventud, que si bien no está postrado en el lecho, sufre continuamente y necesita de mí, hoy para sufrir, como ayer para ser dichoso: después mis hijos, ¡los hijos de mi corazón!...
La clase del pueblo, compuesta casi en su totalidad de marineros y pescadoras, era morigerada y nobilísima en sus instintos. Para ella el mundo era Comillas y su mar; y el mejor placer, después de una misa solemne con «el órgano nuevo», oir los relatos de algún licenciado de barco de Rey.
En algunos momentos había tenido que amenazarle entre risueña y ofendida por tener las manos largas. Pero María de la Luz no podía permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. La reclamaban las gentes de la cocina al no encontrar las cosas más indispensables para sus guisos. Avanzaba la misa.
Las hay en todos los templos, y con pitos, sonajas y música de cuerda... mas no para los colegiales sujetos a rigoroso reglamente, condenados a perenne clausura, como si fueran monjitas capuchinas. En el oratorio había misa, pero muy silenciosa y triste. La oíamos soñolientos y desesperados, tiritando de frío.
Pero Sor Facunda y las de su cotarro iban por la escalera abajo diciendo que el hecho podía ser falso, y podía también no serlo; y que el ser Mauricia muy pecadora no significaba nada, porque de otras muchísimo más perversas se había valido Dios para sus fines. Dijo la misa D. León, que parecía el padre fuguilla por la presteza con que despachaba.
ELECTRA. Te vas a lucir, maestro: yo te digo que te lucirás. MÁXIMO. Haré una mujer buena, juiciosa, amante... ¡Vaya si me luciré! ELECTRA. No te detengas por mí. Miremos ante todo a las obligaciones. ¿Tardarás mucho? MÁXIMO. No creo... Estaré aquí cuando Evarista vuelva de misa. ELECTRA. ¿Y nuestro Marqués ha venido, como nos prometió?
Los dos partidos se comprendieron y empezó la batalla: en la misa siguiente todos los mestizos, hasta los más flacos, tenían panza y separaban mucho las piernas como si estuviesen á caballo: todos los naturales ponían una pierna sobre otra aun los más gordos y hubo cabeza de barangay que dió una voltereta.
El Capellanet hablaba del baile de la tarde, olvidado totalmente de su vida de seminarista y osando arrostrar los ojos de Pep. Margalida recordaba las miradas del Cantó y la arrogante postura del Ferrer cuando ella había pasado ante los atlots al entrar en misa. La madre suspiraba: ¡Ay, Siñor!... ¡Ay, Siñor!...
Lo peor era que la displicente señora echaba a Pez la culpa de la irreligiosidad de la prole. Sí, él era un ateo enmascarado, un herejote, un racionalista, pues se contentaba con oír misa sólo los domingos, casi desde la puerta, charlando de política con D. Francisco Cucúrbitas.
Se levantó quebrantada, como si saliese de un delirio. Aquel día era domingo y no iba á la fábrica. Entraba el sol por el ventanillo de su estudi y toda la gente de la barraca estaba ya fuera de la cama. Roseta comenzó á arreglarse para ir con su madre á misa. El endiablado ensueño aún la tenía trastornada.
Palabra del Dia
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