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¿Qué deseaba usted, caballero? me preguntó comiéndose, como andaluza de sangre, la mitad de las letras. Al mismo tiempo cerró aún más los ojillos para mirarme, levantando la cabeza y ladeándola, como un pájaro que escucha ruido. Volví a repetir mi demanda y la recomendación que traía.

Con los artejos dió un ligero repique en la pared. Respondióle otro repique cauto. Se echó a reír, volviéndose a mirarme. ¿No se ha enterado usted lo que nos hemos dicho? Yo respondí que no, opacamente, porque el sueño me rendía. Pues yo dije: «Duerme en paz, hermana; has resucitado con el SeñorElla respondió: «Dios te lo pague; guárdame siempre.» «¡Qué penetración!

El maligno tipo sabe más de lo que parece, y acaso, acaso... Pero vuelvo a lo de idiota, que es lo más seguro. ¿Feliz?... insistí sin embargo ¿Por el amor estrafalario que Vd. ha inventado con su meningitis? Ayestarain tornó a mirarme fijamente, pero esta vez creí notar un vago, vaguísimo dejo de amargura.

Si lo viera usted cuando se pone a mirarme... ¡Pobrecito! Me quiere mucho. Sabe que le quiero más que a mi vida, y que es para el mundo entero. Ya sabe usted lo convenido. Seré padrino de Su Excelencia. Usted me lo prometió la última vez que nos vimos. , , y no me vuelvo atrás. Usted será padrino. Muy bien. Se llamará Juan, después Evaristo, y después Segismundo.

Esperaba yo un sermón sobre las costumbres actuales y violentos reproches sobre el modo de ser de las jóvenes modernas, pero, con gran asombro mío, la abuela se contentó con mirarme con sorpresa y exclamó en tres tonos diferentes: Calla... calla... calla... Después se aseguró tranquilamente las gafas en la nariz, cogió su labor y habló de otra cosa... ¡Y yo, que esperaba una reprimenda!...

Nada replicaba a mi discurso; seguía caminando cabizbaja y preocupada, formando su actitud notable contraste con la que tenía tres horas antes al pasar por los mismos sitios. Cuando me detuve un instante a respirar, exclamó sin mirarme: Hice una cosa muy mala, muy mala. ¡Dios mío, si lo supiese papá! Traté de probarle que su papá no podía enterarse de nada, porque llegaríamos demasiado temprano.

Minutos después, al entrar en mi casa, salió a mi encuentro la gentil doncella. Estaba radiante de alegría. Al mirarme, se encendió... y bajó los ojos. Andrés vino a visitarme. Le invité a dar un paseo por las orillas del río, y entonces me declaró que mis tías estaban en la miseria. Para sostenerme en el colegio, sin que nada me faltara, habían hecho toda clase de sacrificios.

En efecto, al llegar a ella la hermana se detuvo; yo me adelanté hacia la pila del agua bendita, la tomé con los dedos y se la ofrecí. La monja se dignó mirarme entonces, y sonriendo levemente de un modo compasivo dijo: Gracias, no podemos. Y al mismo tiempo sumergió su mano en la pila y se hizo después varias cruces. Luego se arrimó a la pared, diciéndome: Pase usted.

Sabras, esposa amada, que el artero Y vengativo amor ha salteado Con aspero rigor airado y fiero El pecho de mi ama, y le ha llagado De una llaga incurable, pues le tiene Deste pecho que es tuyo, enamorado, Y á do quiera que voi conmigo viene, Y segun que la mora me declara, Solo con el mirarme se entretiene.

Me miraba como se mira a un amigo de la casa, en el que es preciso detener un segundo los ojos, cuando se cuenta algo o se comenta una frase risueña. Pero nada más. Ni el más leve rastro de lo pasado, ni siquiera afectación de no mirarme, con lo que había yo contado como último triunfo de mi juego. Era un sujeto no digamos sujeto, sino ser absolutamente desconocido para ella.