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Te sobra razón para no mirarme á la cara en tu vida; pero dicen que de los arrepentidos es el reino de los cielos, y para eres el cielo, ¡el cielo de la mañana con campanillas de plata!

Cristiano, vuelve á mirarme, Que no es mi rostro de muerte. Mas que muerte me causais Con vuestros inducimientos; Dexame con mis tormentos, Porque en vano trabajais. No veis como se retira El bravo en su pundonor: Ansi entiende él del amor Como el asno de la lira. Cómo quieres que yo entienda De amor en esta cadena? Eso no te cause pena, Que luego se hará la enmienda: Las dos te la quitaremos.

¡Vuelve a mi lado, que me causa enojos cuanto en redor acongojado miro! ¡vuelve, que sólo por mirar tus ojos desque partiste sin cesar suspiro! Son tan hermosos, ¡ay! tus ojos bellos, tan dulce su mirar, paloma mía, que diera yo para mirarme en ellos lo que nunca jamás otro daría.

Ya que has salido muy aprovechado.... No como estos asnillos que para nada sirven. Ni uno solo de estos bribones sacará buey de barranco. El pobre anciano, loco de alegría, se complacía en mirarme, y me abrazaba, y pasaba por mis mejillas sus manos larguiluchas y exangües. Pasa, muchacho; vamos a la sala.... Tengo muchas ganas de platicar contigo. ¿Y tus tías? Como siempre ¿no es eso?

De pronto se levanta, me arranca el sombrero de la cabeza sin mirarme, salta al medio del corro y se lo pone. Comienza una serie de movimientos con las caderas, con el pecho, los brazos, la garganta, con todo menos con los pies. ¡Olé la Carboneriya! gritaron dos o tres.

Es probable que estos razonamientos hayan parecido totalmente indignos de contestación al señor de Montbreuse, porque se ha contentado con mirarme severamente sin hablarme, al mismo tiempo que dirigía a Eudoxia una mirada de inteligencia en la que me ha parecido descubrir no qué de desprecio y de amargura.

contestó el millonario con sencillez. Me sienta perfectamente: no tienes más que mirarme. Sánchez Morueta parecía repuesto de su crisis. Nada quedaba en él del enfermo que había visto Aresti en su última visita á Las Arenas. Su mirada era tranquila, con una fijeza serena: el color sanguíneo de sus primeros tiempos de luchador había vuelto á animar su rostro.

Cuando madama de Récamier vio venir las canas y las arrugas, decía a una de sus amigas: ¡Ah! querida mía, ya no me hago ninguna ilusión; desde el día en que los pequeños deshollinadores no se volvían en la calle para mirarme, comprendí que todo había concluido.

Usted se irá dando cuenta, Gentleman-Montaña continuó , de que ha llegado á un país diferente á todos los que conoce, una nación de verdadera justicia, de verdadera libertad, donde cada uno ocupa el lugar que le corresponde, y la suprema dirección la posee el sexo que más la merece por su inteligencia superior, desconocida y calumniada desde el principio del mundo.... Deje de mirarme á unos instantes y examine la muchedumbre que le rodea.

Cuando me detuve un instante á respirar, exclamó sin mirarme: Hice una cosa muy mala, muy mala. ¡Dios mío, si lo supiese papá! Traté de probarle que su papá no podía enterarse de nada, porque llegaríamos demasiado temprano. De todas maneras, aunque papá no se entere, hice una cosa muy mala.