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Actualizado: 16 de junio de 2025
Y al pensar esto, mirándose al espejo, mientras se lavaba y peinaba, De Pas sonreía con amargura mitigada por el dejo de optimismo que le quedaba de sus reflexiones de poco antes. Estaba desnudo de medio cuerpo arriba. El cuello robusto parecía más fuerte ahora por la tensión a que le obligaba la violencia de la postura, al inclinarse sobre el lavabo de mármol blanco.
Después dio un suspiro, y guiñando los ojos para mirar a Fortunata, se expresó así: «¡Buena la hemos hecho, buena!...». Y ambas estuvieron calladas un rato, mirándose. Señora dijo de improviso la parida, como queriendo romper un secreto que abruma . Yo tengo que pedir a usted perdón... ¡A mí!, perdón... ¿de qué?
Margarita habló también del señor Desnoyers. Un viejo terrible, un hombre á la antigua, con el que no llegarían nunca á entenderse. Quedaron en silencio los dos, mirándose fijamente. Ya se habían dicho lo de mayor urgencia, lo que interesaba á su porvenir.
Segura de estar sola y de que nadie la veía, Leocadia siguió unos instantes mirándose al espejo, con una horquilla entre los dientes, atusándose el pelo... Era el tipo de la muchacha madrileña, lista, vivaracha, de pocas carnes, bien proporcionada, esbelta, de andar firme, cabeza pequeña y talle airoso.
La duquesa de Gandía se inclinó profundamente y salió. Apenas se retiró, la reina salió del dormitorio, y cerró la puerta de su recámara, volviendo otra vez junto al rey. Felipe III y Margarita de Austria estaban solos mirándose frente á frente.
Cuando el tal señorito salió teniente, su familia consiguió que lo destinaran a Madrid. La despedida fue cosa de teatro. Yo creo que hasta el bragazas de tu hermano y la simple de su mujer (que en gloria esté) lloraron como si fueran ellos la novia. Los muchachos se cogían las dos manos, y así se estaban las horas, mirándose en los ojos como si quisieran comerse.
Pero Sancho fue más expresivo, y empujó al pillastre, expulsándole con violencia de la acera. Instantáneamente recibió en el hombro un golpe dado con la guitarra. Los dos se hallaron frente a frente mirándose con ojos de ira. Quizás habría seguido adelante la contienda, si Gracián no dijera con voz reposada: Sancho, ¿qué es eso? Ambos entraron en el Colegio.
Y se entró al gabinete inmediato, mientras Leocadia quedó sola mirándose y remirándose en un espejo pequeño y malo, de esos que hacen visajes. Las facciones de Leocadia conservaban algo de candor infantil; pero la mirada ya tenía chispazos de malicia. Para ver mejor quitó la pantalla, que recogía la luz reflejándola sobre la mesa, y entonces la claridad se repartió por igual en todo el cuarto.
¿De modo que a esta tía monstrua no se le da un castigo?... Eso sí que está bueno. Y seguirá riéndose de nosotras... No lo entiendo. Dios es el que castiga; nosotros aprendemos. Ambas callaron, mirándose. «Tengo que traerle a usted un confesor. Usted no está buena ni del cuerpo ni del alma.
Entonces Zoraida o Carmen, con cierta suave violencia, se lo quitaban. ¿Por qué? les preguntaba sorprendida. Ellas callaban, mirándose. Zoraida, que era música, solía sentarse al piano y ejecutaba con maestría motivos de Chopin o de Beethoven. A veces lo hacía como jugando, interrumpiéndose a cada rato por seguir la conversación de sus hermanas.
Palabra del Dia
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