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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Le gustó menos ver cómo su novia apretaba las manos de Ra-Ra, mirándose en sus ojos, y cómo interrumpía tan cariñosa contemplación para volver á besarle. ¡Sufrir esto en su presencia!... Pero después de mirar con odio á Ra-Ra se dijo que éste era otro Edwin, y los besos recibidos por el pigmeo le correspondían á él aunque fuese de un modo indirecto.

Cuando se fue acercando la hora de comer, estaban ambos que daba asco mirarlos; tanto, que Enrique, el cual, como ya hemos dicho, no tenía inclinación bien determinada hacia la limpieza, quedó un momento pensativo mirándose y mirando a su primo. ¿Sabes que estamos muy puercos, Miguel?

Bastaba que Clementina le mirase ceñuda y le dirigiese una seca reprensión para que el loco se sometiese repentinamente. En cambio, no hacía caso alguno de su yerno. Cuando el criado que le cuidaba, viéndole tranquilo iba a recrearse un poco con sus compañeros, el loco acostumbraba a vagar por las habitaciones del palacio mirándose con atención a los espejos.

Así deseaba quedar para siempre, mirándose en los ojos de Fernando, oyendo la voz del señor Kasper, una voz de predicador evangélico, que, a impulsos de la costumbre, pasó de los afectos de familia a hablar de negocios.

Algo ocurrió de pronto que hizo salir á los tres hombres de su contemplación admirativa; algo extraordinario, indefinible: un gran estrépito que pareció entrar directamente en su cerebro sin pasar por los oídos; un choque en su corazón. El instinto les advirtió que algo grave acababa de ocurrir. Quedaron en silencio, mirándose: un silencio de segundos que fué interminable.

Hablábanse en voz baja, estrechadas sus manos y mirándose en los ojos, cuando el señor de Sontis sorprendió en la mirada de Juana una llama, que ciertamente no le estaba designada; volviose inmediatamente hacia el lado del bosque, siguiendo la dirección de la mirada de la joven, y vio, algo oculto entre los árboles, hacia la extremidad del camino, a un hombre que parecía indeciso en continuar o no; aquel hombre dio súbitamente vuelta a la espalda, y tomó otro camino, desapareciendo entre el ramaje.

Pero no todos ponen por condición indispensable en el buen poeta la bondad moral; y así, cuando no acusan a Goethe de duro y sin entrañas, le acusan de egoísta en grado superlativo: sostienen que todo lo sacrificaba al cultivo de la propia inteligencia, a su serenidad y olímpico reposo, mirándose a mismo como objeto preciosísimo que exigía el más cuidadoso esmero.

Si alguna vez se reunían en un salón las grandes familias, quedaban las jóvenes á un lado y los muchachos á otro, mirándose de lejos, como si la alegría expansiva de la juventud fuese un delito y el amor una monstruosidad.

Palabra del Dia

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