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Actualizado: 18 de junio de 2025


Además, yo era más fuerte que él. Pasó Machín, subió las escaleras conmigo, entró en mi cuarto y se quedó mirando los libros de mi armario y los cuadros de las paredes, con gran curiosidad. ¿Vienen de casa de su abuela estos cuadros? preguntó. . Quedó mirándolos de nuevo. Yo le contemplaba con marcada impaciencia. Usted dirá lo que quiere ... le advertí. . Voy a decírselo a usted en seguida.

Mirándolos, mi imaginación no podía menos de personalizarlos, y aun ahora me parece que los veo acercarse, desafiarse, orzar con ímpetu para descargar su andanada, lanzarse al abordaje con ademán provocativo, retroceder con ardiente coraje para tomar más fuerza, mofarse del enemigo, increparle; me parece que les veo expresar el dolor de la herida, o exhalar noblemente el gemido de la muerte, como el gladiador que no olvida el decoro de la agonía; me parece oír el rumor de las tripulaciones, como la voz que sale de un pecho irritado, a veces alarido de entusiasmo, a veces sordo mugido de desesperación, precursor de exterminio; ahora himno de júbilo que indica la victoria; después algazara rabiosa que se pierde en el espacio, haciendo lugar a un terrible silencio que anuncia la vergüenza de la derrota.

Momentos después aparecía ante ellos, confusa, mirándolos, sin acertar a explicarse; procuró sonreír y se sentó en una silla, casi al borde. Pero en seguida hizo un ademán de sobresalto y se levantó, indecisa. Había en toda su persona esa nerviosidad contenida y esos modos inopinados de quien procura hacerse comprender por alguien, con el temor de que otros, presentes, puedan advertirlo.

Los buenos cristianos empezaron á ejercitar tan puntualmente la lección que se les dió, que por no traspasarla aún levemente, se dejaban hacer pedazos de los bárbaros, por lo cual fué necesario explicarles lo que podían hacer si fuesen acometidos para que no sucediese en adelante lo que sucedió á unos indios de la Reducción de San Joseph, que yendo en busca de las Salinas dieron en una Ranchería de infieles; entraron en ella sin armas, desplegado sólo el estandarte con la imagen de Nuestra Señora, y con palabras suaves y corteses procuraron domesticar la fiereza de los moradores; pero éstos, mirándolos con malos ojos, dieron sobre ellos como tigres é hicieron en ellos tan cruel estrago, que sólo un indio con dos muchachos pudo escapar con vida.

Don Baldomero García dice: «Me parece bien; pero... no muchos coches...; ¿para quéEntra el general Guido y le comunican la idea, a que contesta, clavándoles unos ojos tamaños y mirándolos de hito en hito: «¿Coches? ¿Acompañamiento? Que traigan el carro de la Policía y se lo lleven ahora mismo.

24 Pero os digo, que más liviano trabajo es pasar un cable por el ojo de una aguja, que el rico entrar en el Reino de Dios. 25 Mas sus discípulos, oyendo estas cosas, se espantaron en gran manera, diciendo: ¿Quién pues podrá ser salvo? 26 Mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.

15 Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. ¿Qué pues, les hará el señor de la viña? 16 Vendrá, y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. 17 Pero él mirándolos, dice: ¿Qué pues es lo que está escrito: La piedra que condenaron los edificadores, ésta fue por cabeza de esquina?

Cuantas veces he pensado, mirándolos, que a ser yo santa y representarme los mortales de tan odiosa manera, sería absolutamente sorda a sus plegarias; pero tal vez los santos no tienen mi carácter. Por una ventana sin vidrios mostraba una rosa su frente perfumada, y con su frescura y belleza parecía protestar del mal gusto del hombre.

En tanto que el cura decía estas razones, estaba la disfrazada moza como embelesada, mirándolos a todos, sin mover labio ni decir palabra alguna: bien así como rústico aldeano que de improviso se le muestran cosas raras y dél jamás vistas.

Don Carlos Rojas estaba en la habitación principal de su estancia, sentado á la mesa con don Roque, el comisario de Policía del pueblo. Una muchachita mestiza se mantenía erguida junto á ellos, mirándolos con sus ojos oblicuos, en espera de órdenes.

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