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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Su hermano mayor, Alejandro Miquis, que estudiaba Leyes, había muerto algún tiempo antes, de una enfermedad terrible. Augusto despuntaba, desde muy niño, por la Medicina, y jamás vaciló en la elección de carrera. Su padre le enviaba treinta y cinco duros al mes, y él sabía arreglarse. ¡Había tenido diez y siete patronas!
El pensamiento se pone malo, como las muelas y el pulmón, y ¡ay de ti si llegas a un estado morboso que te impida disfrutar luego de la realidad lo que ahora quieres gozar, en sueños, contraviniendo a las leyes del tiempo y del sentido común! »Sostienes que ese vicio, aberración o como quiera llamarle Miquis, es una fuente de consuelos para ti. Ya, ya se conoce tu sistema.
Esos tiquis miquis de los viejos tenían que acabarse, y si no se acababan, porque, en tu familia, las mujeres son muy tercas, cargabas con la santita a cuestas, y a vivir; las santas se dejan robar también, cuando llega la ocasión: no habrás visto a ninguna defenderse, si entran ladrones en la iglesia... ¿Tampoco te convence esto? entonces, a matarse, y de prisa.
Estás enferma y te levantas así... ¿Enferma yo? dijo Isidora echándose a reír con descaro . Usted sí que lo está, de la cabeza, lo mismo que ese tonto de Miquis. Yo estoy buena y sana. ¿Pero a dónde vas? A la calle. ¡A la calle! ¿Y qué vas a hacer en la calle? ¿Necesitas algo? Yo saldré. Ea, ea, no sea usted majadero.
No es la Tabla de Logaritmos, ni el Fuero Juzgo, ni las Ordenanzas de Aduanas. Juicio, mucho juicio, Sr. Miquis. El juicio está claro, señorita. Yo sé lo que me digo. Oye bien. Por mi padre, que es lo que más quiero, juro que me caso contigo. ¡Huy, qué prisa!... Está dicho. ¡Mira éste! Un Miquis no vuelve atrás; un re non mente; la palabra de un Miquis es sagrada. ¡Bah, bah!
Si es nada más que un socorro...». Miquis, turbado hasta lo sumo, aprecio con rápida ojeada interior su situación. ¡Se había casado seis días antes, estaba en la luna de miel!... ¡Ser traidor a su joven y amable esposa! «No, no, no», gritó para sí, y luego, en voz alta: «Pobre mujer, criminal o desgraciada, noble, plebeya o lo que seas, yo no te puedo amparar... Busca en otra parte...
Sin detenerse, la joven lanzó desde lo profundo de su alma, llena de pena y asco, estas palabras: «¡Qué odioso, qué soez, qué repugnante es el pueblo!». Capítulo IV El célebre Miquis Salvo algunas ligeras neuralgias de cabeza, Isidora gozaba de excelente salud. Tan sólo era molestada de frecuentes y penosos insomnios, que a veces la hacían pasar de claro en claro las noches.
Es el gato, hija mía, el gato, autor de todas las fechorías que ocurren en... el Cosmos. ¡Ah, mundo, pillín, si yo te cogiera!... Pero ven acá, alma mía; puesto que vas a dar un salto tan brusco en la escala social..., dime: allá, en esos Olimpos, ¿te acordarás del pobre Miquis? ¿Pues no me he de acordar? Serás entonces un médico célebre.
En el piso bajo veíanse unas rejas, por entre cuyos hierro salían matas de tiestos, colocados dentro en una tabla. La casa hacía esquina, y el cuarto bajo a que correspondían las rejas tenía por la otra calle una tienda con dos vitrinas. Pero esto no se veía desde el balcón de Miquis, aunque se adivinaba, mirando un rótulo que en áureas letras decía: Castaño, ortopedista.
Sin dejar de mirarla, el hombrón prosiguió así: «Y ahora que nombro a la casa de Aransis, me parece... ¡Ah!, bien decía yo. Ya me acuerdo. Un día..., hace años, estaba yo con mi hermana en el portal del palacio y salieron usted, Miquis y otro sujeto. Eso es... Bien decía yo que no era la primera vez... Después he tratado mucho a Miquis. Es simpático.
Palabra del Dia
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