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Actualizado: 3 de mayo de 2025
«Y no teniendo nada que hacer aquí dijo Miquis levantándose , me retiro». Isidora le miró de un modo que indicaba deseos de que no se marchara; pero después se inclinó de hombros. «Ya me han humillado tanto murmuró entre dos suspiros , que el ver salir al último amigo no me causa impresión.
D. Augusto, a ver si la sana. ¿Qué hay, pero qué...? ¿está mala? preguntó Miquis encasquetándose el sombrero y tomando el bastón. No, señor..., sí, señor..., quiero decir que no está buena, aunque tampoco está enferma, porque ya se levanta. Es decir, que ha estado mala. Sí, señor. ¿Y por qué no me avisó usted, hombre de Dios, mejor dicho, hombre de todos los demonios?
Aquel semblante pálido y moreno, tan moreno y tan pálido que parecía una gran aceituna; aquella brevedad de la nariz contrastando con el grandor agraciado de la boca, cuyos dientes blanquísimos estaban siempre de manifiesto; aquella ceja ancha, tan negra y espesa que parecía cinta de terciopelo, y aquellos ojos garzos donde anidaban traidoras todas las malicias y toda la ironía del mundo; aquella fealdad graciosa, aquella desenvoltura de maneras, aquel abandono en el vestir, y, por último, la desenfadada manera de insinuarse, pregonaban, sin dejar lugar a dudas, a Augustito Miquis, el hijo de D. Pedro Miquis, el del Tomelloso.
Dejémosla mal dormida, abrazada consigo misma, a las altas horas de la noche, cuando todo ruido cesara en la casa. ¿Era aquello felicidad o martirio? Dice Miquis, y quizás dice bien, que no existiría ni siquiera el nombre de felicidad si no se hubieran dado al hombre, como se da al niño el juguete, el consuelillo de esperarla. Capítulo VI ¡Hombres!
Después, D. José se metía también en la cocina para ayudar y dar más de un consejo; que algo se le entendía de arte de estofados y otros culinarios estilos. Las niñas dejaban la costura aquel día; no se pensaba más que en la cena, y entre componerse para ir al Teatro Martín con Miquis, y ayudar un poco a su madre, se les pasaba la tarde.
Entregábale las mesadas, y tenía además el encargo de vigilarle y darle consejos, un hombre de posición humilde y sanas costumbres, bastante viejo, amigo y aun algo pariente de los Miquis del Toboso. Este bravo manchego se llamaba Matías Alonso y era conserje de la casa de Aransis.
Contemplábala Augusto sin saber por dónde empezar su empresa caritativa, cuando D. José se le acercó y con voz cautelosa le dijo: «Amigo Miquis, hoy no hemos comido. Día tremendo es hoy...; ya puede usted suponer por qué está tan afligida». Augusto dio dinero a Relimpio para que trajese con qué arreglar una buena comida, y quiso tranquilizar a Isidora y obligarla a que se acostase.
«Ese pobre Miquis decía es un buen muchacho, pero tan ordinario... ¡Pobrecillo!, me da lástima de él; pero ¿qué puedo hacer? ¿Puedo hacer yo que las cosas sean de otra manera que como Dios las ha dispuesto?... Está que ni pintado para Emilia o para Leonor... Me alegraré mucho de que sea un hombre de provecho. Necesitará protección de las personas acomodadas, y en lo que de mí dependa...».
Bien dijo Miquis, retirándose del balcón . Ahora viene lo mejor. Una vez que cambies de aires, has de considerar que empiezas a vivir de nuevo. Tienes que educarte, aprender mil cosas que ignoras, someter tu espíritu a la gimnasia de hacer cuentas, de apreciar la cantidad, el valor, el peso y la realidad de las cosas.
Iba por la calle de Preciados cuando oí una voz que decía: «Señorito Miquis, señorito Miquis». Volvime y vi a tu tía, la sin par Sanguijuelera. «¿No sabe usted me dijo que hemos encontrado a la fiera perdida?...». «¿A quién?». «A Pecado». Allá en su lengua especial me contó que le habían dado noticias de tu hermano otros muchachos.
Palabra del Dia
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