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Actualizado: 3 de junio de 2025
Isidora vivía en el 23 de la calle de Hernán Cortés. Miquis se paseaba desde la lechería a la esquina de la calle de Hortaleza, y estaba embozado en su capa de vueltas rojas, porque si bien el día era claro y hermoso, se sentía fresco. Saludáronse y emprendieron su marcha hacia el Retiro.
Al llegar al arroyo de Butarque, Miquis creyó oportuno distraer a su compañera de viaje, porque, realmente, ¿a qué conducía aquel llorar continuo, si nada podía remediarse? Sentados uno junto a otro, callaron largo rato, él contemplativo, dolorida ella. Miquis canturriaba entre dientes. Isidora cuidaba de ocultar sus pies para que Miquis no viera lo mal calzados que estaban. «Isidora... ¿Qué?
Es el retrato de sor Teodora de Aransis indicó Alonso con respeto , superiora del convento de San Salomó, donde murió ya muy anciana y en olor de santidad hace diez años. ¡Guapa monja! ¿Qué tal, D. José?». Don José dijo al oído de Miquis: «¡Si pestañeara!...».
Acuérdate de lo que te dije al entrar». Miquis hace una rápida exploración en su alma, encuentra en ella algún desorden y dispone que todo vuelva a su sitio. «Soy un hombre sublime dice para sí , un hombre de honor y de caridad, soy también un hombre que se casa el lunes».
Don José salió, al parecer con otra esquela o recadito verbal, aunque es más probable que llevara lo primero, y al salir habló a Miquis del tiempo, de política, de Cánovas y de que las tropelías de los ingleses en el campo de Gibraltar daban motivo a España para exigir de Albión que nos devolviera aquel pedazo de nuestro territorio.
Cuando se hablaba de esto, las dos lloraban, y, olvidando toda rencilla, confundían sus almas en un solo sentimiento. Miquis no vivía ya frente a la ortopedia, ni visitaba tan frecuentemente a sus buenos amigos; pero siempre que iba a casa de Castaño preguntaba con mucho interés por Isidora.
Un mes después de la primera entrevista con el suegro de Miquis, Isidora había perdido ya la fe en sus derechos a la casa de Aransis. De ellos no quedaba en su alma sino una grande y disolvente ironía. Ya no creía en si misma, o lo que es lo mismo, ya no creía en nada.
Buscando por ahí, buscando por acá, no se hallaban otros talleres que los de litografía. Miquis tomó con empeño el asunto, y habló al cuñado de Matías Alonso, un tal Juan Bou, que se había establecido recientemente, y tenía, entre otras cualidades, la de ser muy severo con sus oficiales.
Bou, también algo turbado, pidió perdón a Miquis y se fue con Relimpio a un despachito cercano, donde Augusto les oyó secretearse. «Le ha traído una carta o recadillo pensó el doctor, proponiéndose no darse por entendido . Ya, ya...».
Ella habría deseado correr también. Su corazón, su espíritu, se iban con aquel oleaje. Allá lejos brillaban ya no pocas luces de gas entre el polvo del Prado. Viendo cómo los coches se perdían en aquel fondo, Isidora apresuró el paso. «Vámonos por aquí dijo Miquis, desviándola de los paseos para subir hacia el Saladero y acortar camino.
Palabra del Dia
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