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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Consecuencias precisas de esta febril concomitancia con un personaje a quien adornado suponía de seductoras cualidades, fueron un desdén muy vivo hacia el pobre Miquis y una vergüenza de las escenas de aquel día.
Un día, cuando ya se había iniciado la convalecencia, recayó la conversación en los sucesos referidos en la Primera parte, y Miquis, para quien no podía haber un tema más gustoso, habló largamente de Isidora, diciendo, entre otras cosas, lo siguiente: «Está ahora esa mujer..., vamos..., está guapísima, encantadora.
Isidora no oyó más, porque llegaron Miquis y D. José. El médico venía de frac, que se alcanzaba a ver bajo un ligero abrigo. Iba a un sarao de cierta casa de tono. Precursoras y compañeras de su fama eran las relaciones, y la entrada que iba teniendo en los más escogidos círculos de la sociedad. Examinado Riquín, le recetó un calomelano.
Sus ojos claros, serenos y como velados, eran, según decía Miquis, de la misma sustancia con que Dios había hecho el crepúsculo de la tarde.
Dormía tranquilamente, y su respiración fácil sonaba como el eco de músicas serafinescas tañidas a la parte allá de lo visible. Miquis y D. José tardaban. Isidora pasó a la sala porque Melchor le había dicho que tenía que hablarle. Era para ampliar sus ofrecimientos. Podía disponer de toda la casa si gustaba.
«¿Quieres saber lo que es eso, tonta? le preguntó Miquis . Vamos, veo que eres un pozo de ignorancia. No sé más que leer y escribir; deseo aprender algo más, porque sería muy triste para mí encontrarme dentro de algún tiempo tan ignorante como ahora. Enséñame tú. Yo me pongo a pensar que será esto de morirse. Pues el nacer también...
O quizás, hecho a las burlas de Miquis, no quiso llevar adelante sus investigaciones. Subieron. «Esto es del género Luis XV dijo con ínfulas de cicerone instruido, enseñándoles la primera sala . La decoró el señor marqués viejo. Aquí todo es antiguo».
Esto redobló sus tristezas; mas cuando Miquis le propuso como único remedio de su mal la rusticación, cobró esperanzas, confirmándose en la idea de abandonar la corte y sepultarse para siempre en sus estados de Molina. La segunda vez que habló de esto a su mujer, no la encontró tan bien dispuesta. «¿Y tus estudios, y tu carrera?
Luego se iban a otro sitio. Isidora, sentada junto a un tronco, se quedaba meditabunda, mirando por un hueco del ramaje las blancas masas de nubes que avanzaban sobre lo azul del cielo con soberana lentitud. Miquis cogía una rama seca, y acercándose cautelosamente por detrás de la joven, se la pasaba por la cara y decía con voz lúgubre: «¡La mano del muerto!».
Si Miquis te es indiferente y el marqués viudito te encanta, no des a entender tu preferencia... ¡Los hombres! ¡Ah!... que se fastidien.
Palabra del Dia
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