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Actualizado: 27 de junio de 2025
6 con lo cual el testimonio del Cristo ha sido confirmado en vosotros, 7 de tal manera que nada os falte en ningún don, esperando la manifestación del Señor nuestro, Jesús, el Cristo; 11 Porque me ha sido declarado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloé, que hay entre vosotros contiendas;
¿Y qué quiere la Dorotea? preguntó el duque estremeciéndose, porque veía de nuevo asomar la fatídica figura del bufón, que había llegado á convertirse para él en un espectro. La Dorotea... quiere ver á vuecencia... al momento; me ha mandado llamar para eso solo... está enferma... muy enferma... Iré, iré... Id á decírselo. Un momento, señor; tengo que hablar á vuecencia de asuntos míos.
A sus espaldas sonaron lamentos. «Adiós, hijos míos... Adiós, vida... Yo no quiero morir... ¡no quiero morir!...» Los dos hombres sintieron la necesidad de decir algo, de cerrar la página de su existencia con una afirmación. ¡Viva la República! gritó el alcalde. ¡Viva Francia! dijo el cura. Desnoyers creyó que ambos habían gritado lo mismo.
¿Qué queréis, hijos míos? respondía él. He perdido el estómago. ¿Cómo no había de perderlo si esta mujer que aquí veis me ha estado envenenando más de tres semanas con una bebía compuesta? Decid que es mentira saltó María-Manuela.
Aquello no fue mas que una visión, una de esas apariciones confusas que se nos presentan ante los ojos en el último momento; pero, al levantarse la pobre niña, no tuvo ya la menor duda: a veinte pasos de allí, detrás de un grupo de árboles, se oía el choque de las armas y la voz de Marcos que gritaba: «¡Arriba, amigos míos!... ¡Que no haya cuartel!»
Yo las oí desde mi lecho infantil, donde manos maternales me habían confinado contra mi voluntad desde bien temprano. Las oí y mi corazón quedó traspasado de dolor porque he nacido en Entralgo, vergel precioso que dos ríos fecundan. Las lágrimas saltaron de mis ojos y mordía las sábanas con rabia, ansiando llegar á hombre para vengar la afrenta de los míos.
Esos hombres de la ciudad no viven constantemente entre sus libros y sus cuadros. Tampoco yo entre los míos replicó el médico enseguida.
Y, pues este consuelo tenemos, nacido no de muy remota esperanza, ni fundado en desvariadas imaginaciones, suplícoos, señora, que toméis otra resolución en vuestros honrados pensamientos, pues yo la pienso tomar en los míos, acomodándoos a esperar mejor fortuna; que yo os juro, por la fe de caballero y de cristiano, de no desampararos hasta veros en poder de don Fernando, y que, cuando con razones no le pudiere atraer a que conozca lo que os debe, de usar entonces la libertad que me concede el ser caballero, y poder con justo título desafialle, en razón de la sinrazón que os hace, sin acordarme de mis agravios, cuya venganza dejaré al cielo por acudir en la tierra a los vuestros.
Vamos, tú quieres convertir a tu mujer en perrita. Dilo francamente. Y abrazándole repentinamente, y besándole con frenesí en los ojos, en las mejillas, en la boca, en la barba, le repetía sin cesar: ¡Dilo francamente! ¡Dilo francamente, pedazo de oso!... Esta boca es mía, y la beso. Esta barba es mía, y también la beso. Este cuello es mío, y lo beso. Estos brazos son míos, ¡míos! y los beso.
13 Y el Dios de esperanza os llena de todo gozo y paz creyendo; para que abundéis en esperanza por la virtud del Espíritu Santo. 14 Pero cierto estoy yo de vosotros, hermanos míos, que aun sin mi exhortación estáis llenos de caridad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podáis amonestaros los unos a los otros.
Palabra del Dia
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