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Parecía que el cadáver tendido abajo, en la suciedad de la cuadra, estaba allí, sobre la mesa, mirando con los ojos vidriosos e inmóviles a sus antiguos amos. Al terminar la cena, los dos hermanos salieron, marchando cada uno por su lado. Juanito había cambiado de costumbres.

Cuando su hija se aproximaba a él para hacerle entrar en la casa o anunciarle que la comida estaba en la mesa, parecía despertar, darse cuenta de lo que le rodeaba, y sus ojos seguían a la muchacha con una mirada severa. ¡Mala mujer! murmuraba. ¡Jembra mardita! Ella, sólo ella, era la culpable de la desgracia que pesaba sobre la familia.

Se encerró en su despacho, sacó legajos y papeles y estuvo trabajando largo rato. Llamaron a su puerta humildemente y una doméstica preguntó si el señor bajaba a cenar. Respondió que le subiesen a la habitación contigua caldo y algunos fiambres y siguió trabajando. Al cabo se alzó del sillón y pasó al saloncito contiguo donde ya le habían preparado la mesa.

Verlas Velázquez y colocar la guitarra sobre la mesa fué todo uno. ¡Ea! dijo levantándose con calma amenazadora. Ya se ha concluído. Y cogiendo á la joven por un brazo: Anda, anda, guasona... ¡Maldita sea tu estampa! Y la arrojó á empellones del cuarto, cerrando la puerta después. Los tertulios se lo recriminaron sin excepción. No hay razón para eso, Velázquez. Para bailar se necesita el humor.

Se acerca San Saturnino dijo golpeando ligeramente su pipa sobre la mesa para hacer salir toda la ceniza , se acerca San Saturnino, y hará veinte años que El Gavilán aquí llevó una mano a su gorra de lana de cuadros azules y rojos , que nuestro pobre brick fondeó por última vez en la bahía de Pempoul al mando del difunto señor Kernok. Y suspiró sacudiendo la cabeza.

Entráronse todos por ella, subieron la estrecha y antigua escalera, y en una sala no muy espaciosa hallaron la mesa puesta. Sentáronse presto y dio comienzo el festín. Estaban bien apretados, porque eran más de veinte los comensales, casi todos clérigos, y la mesa no daba comodidad para más de doce o catorce. Se comió y bebió gallardamente.

Ellos estaban prontos a pagar todos estos desperfectos y los que pudieran hacer los respetables gentlemen que estaban en su compañía. «Y un gentleman que paga, puede hacer lo que quieraSacaban los billetes a puñados de los bolsillos de sus pantalones, indignándose de que por unos dollars vinieran a perturbar sus placeres, y únicamente se apaciguaron al verse de nuevo en el fumadero con toda la honorable sociedad, ante unas botellas que un amigo había guardado ocultas debajo de una mesa.

El portador desta dirá a V. Ex.^a el estado en q. estoy. Yo diré aquí q. Esperando de dia en dia la venida de V. Ex.^a y llegada a Fontanableo, tiene allá algunos dias vn despacho mio para V. Ex.^a el señor Gil de Mesa. El dará quenta de los señores q. han tomado a cargo fauorescerme con su Magestad o pedirle licencia q. Ellos me ayuden.

Pagaba además con rumbo generoso a los cuarenta o cincuenta ganapanes que habían llevado en hombros las andas, y en las andas la mesa, con Cristo, Apóstoles y cuanto Dios crió; empresa titánica, de la cual no pocos quedaban derrengados y con feroces ampollas, a pesar de las almohadillas. Aquella noche echaba D. Acisclo el bodegón por la ventana.

Tal vez fué una amiga de ella, que, adivinando los hechos, los hizo saber al marido por medio de un anónimo; tal vez se delató la misma esposa inconscientemente, con sus alegrías inexplicables, sus regresos tardíos á la casa, cuando la comida estaba ya en la mesa, y la repentina aversión que mostraba al ingeniero en las horas de intimidad matrimonial, para mantenerse fiel al recuerdo del otro.