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Actualizado: 30 de abril de 2025


Un año privada de la vista de todo el mundo. ¡Dios mío! Os juro, señora, que no me perdonaré nunca el sacrificio á que os obliga mi locura... No, no; merezco bien esa penitencia. ¡Vos! , yo; yo, al sentirme deshonrada, debí darme la muerte... y si no fuera por el hijo que siento en mis entrañas... Pues bien, señora; yo os juro hacer tan grande y tan poderoso á ese hijo...

¡Lo comprendo, Clara, lo comprendo! replicó la pobre mujer sollozando ¡pero si supieras...! ¡si supieras...! Demasiado entiendo que por la ley de Dios no merezco ser su esposa y por la de los hombres no debo serlo ya... Sólo quería llegar hasta él y decirle ¡perdóname, Germán! y morir a sus pies... Clara la miró largamente con infinita tristeza y murmuró: ¡Desgraciada Elena!

Mi alma, reacia e incapaz de esos raptos misteriosos, no acertará a seguir a Vd. nunca a las regiones donde quiere llevarla. Si Vd. se eleva hasta ellas, yo me quedaré sola, abandonada, sumida en la mayor aflicción. Prefiero morirme. Merezco la muerte: la deseo.

¡Pero eso es una picardía! exclamó la prendera sin poder contenerse. ¿Por seiscientas pesetas le deshonra a usted ese mal sacerdote? ¡Por Dios le pido que no lo califique así! profirió el joven con semblante dolorido. D. Jeremías es muy virtuoso y ha tenido razón para tratarme de ese modo. Mucho más merezco yo... ¡Qué ha de merecer, cordero de Dios!

No tuve valor para resistir a las... ¿cómo diré?... a las sugestiones apasionadas de quien tiene por una idolatría que yo no merezco. Pero te juro que lo hice sin ilusión, con fastidio, como el que cumple un deber, pensando en mi mujer, viéndote a ti más que a la que tan cerca tenía, y deseando que aquella comedia concluyera.

Mi mujer es sagrada. Mi mujer no tiene mancilla. Yo no la merezco a ella, y por lo mismo la respeto y la admiro más. Mi mujer, entiéndelo bien, está muy por encima de todas las calumnias. Tengo en ella una fe absoluta, ciega, y ni la más ligera duda puede molestarme.

Aquella violenta confesión la dejó postrada y sin aliento, como si con sus palabras exhalara la mitad del alma. Lázaro le dijo con mucha vehemencia: No lo merezco, señora. Yo soy muy inferior á usted; yo soy un miserable, indigno de esa pasión. Pero no puedo estar aquí más. Ahora más que nunca es mi deber declarar que soy el más malvado de todos los hombres si no me aparto de aquí al instante.

La conciencia sabía sacar, no se sabe de dónde, mil sofisterías con que justificar todo plenamente. «Bastantes privaciones he tenido... ¿Pues acaso no merezco yo otra posición?... Se tendrá que acostumbrar a verme un poco más emancipada... Y al fin y al cabo, yo miro por el decoro de la familia...».

ISIDORA. Alguna otra sorpresa he de darte todavía. Dime, ¿mereces lo que hago por ti? JOAQUÍN. No lo merezco ciertamente. Muchas veces te lo he dicho. Eres un ángel..., no de esos ángeles desabridos que pintan en los cuadros y en las poesías, los cuales vienen con consuelillos de moral emoliente, sino un ángel mundano que derrama sobre el corazón del desgraciado bálsamo eficaz.

Los tres permanecieron en silencio. Era el regimiento, era Juan quien pasaba. Los sonidos disminuyeron, hasta extinguirse, y Bettina continuó: No, no es seguro, aunque él me ama mucho, y sin conocerme bien. Yo pienso que merezco ser amada de otra manera, pienso que si me conociera mejor, no le causaría un terror semejante, por esto os pido permiso para hablarle esta noche, libre y francamente.

Palabra del Dia

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