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El engaño ideado por el hombre, la astuta destreza humana, conseguían manejar fácilmente, como una mercancía, a estas fieras habituadas a la libertad del campo. Llegaban los toros que habían de ser expedidos en el tren galopando por una ancha y polvorienta carretera entre dos alambrados de agudas puntas.

Mi señor, ansi se suena, Que la mercancia es buena. Si es limosna? Si será. Vamos. , Aurelio, procura Tu partida, y ten cuidado De aquello que me has jurado. Crezca el cielo tu ventura. Gracias te doy, eterno Rey del cielo, Que tan sin merecerlo has permitido Que por la mano de quien mas temia, Tanto bien, tanta gloria me ha venido. Entra FRANCISCO cautivo, y luego los otros tres.

Detrás de la reja, majestuosa y cómodamente sentadas, dos matronas, tan gordas, que casi no caben las dos de frente, con las costas repletas de papelillos en la falda, despachan su mercancía, echando de vez en cuando por aquella boca un ¡Caballero! que más parece un bostezo, que un llamado.

Mientras el padre bebía los vientos por fijar la rueda de la fortuna en la sala de juego de la Oliva, las niñas se multiplicaban, verdaderas buhoneras de mismas, siempre con la mercancía de su hermosura a cuestas por plazas, iglesias, paseos, bailes y teatro. Pero llegó un luto, y aquí fue ella.

Estaban de buen humor y retozaban cambiando latigazos con los paños que tenían en la mano, corriendo en torno de la mesa y soltando sonoras carcajadas. La señora no podía escucharles porque estaba arriba. En esto apareció el loco en la puerta con una bandeja en la mano, la bandeja en que acostumbraba a transportar los mendrugos, como preciosa mercancía, a su habitación.

Pues luego os aparejad, Y la primera saetia Tomad de España la via, Que á los dos doy libertad. El suelo y cielo te trate Qual merece tu bondad, Y toma mi voluntad Por prenda de mi rescate. Que yo perderé la vida O cumpliré mi palabra, Que este bien ya escarba y labra En mi sangre bien nacida. Señor, un navio viene. De qué parte? Gavia tiene. Debe ser de mercancia.

La gente reía ante esta desbandada al galope, celebrando la persecución del alguacil. Nadie comprendía lo que era para aquellas infelices la pérdida de su mísera mercancía, la desesperada vuelta al tugurio paterno, donde aguardaba la madre dispuesta a incautarse del par de reales de ganancia o a administrar una paliza.

¿Cómo, cómo? preguntó asustado el clérigo. Pues muy sencillo; ayudando a que se eleve el precio de la mercancía. Recuerde el ejemplo de Carmen la zapatillera...

Y les mostraba noblemente la mercancía esparcida a sus pies, las cartillas de ciegos, con las páginas al viento o puestas en ángulo con el lomo en alto. Los dos jóvenes diéronle las gracias. No os ofrezco el órgano siguió diciendo porque le tengo querencia a la Gran Marcha. Pero cuando me canse, venid por él: pasaréis buenos ratos. Se alejó la enamorada pareja.

Pero á esto se dice: natural es que suceda tal cosa, en un pueblo donde la competencia representa tantos intereses y tantos goces. El mercader de una pobre aldea, no tiene precision de ser amable, puesto que en la aldea no hay más mercancía que la suya; pero en Paris, la amabilidad es el gran secreto de grandes empresas y de muchas familias.