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Actualizado: 16 de julio de 2025


-La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo.

Otro fundamento es la clase de construccion que en los muros maestros de dichas parroquias se advierte, donde por rara casualidad la ha dejado descubierta la manía rebocadora de los señores rectores y obreros que de tiempos atrás se han venido sucediendo, la cual cubre hoy indistintamente con una capa de cal y ocre de medio pié de espesor así los rústicos y lisos paredones, como las antiguas, menudas y prolijas esculturas de las archivoltas, capiteles, cenefillas, repisas, etc.

Dejando su forma al arco primitivo de herradura, se le adornó de menudas y delicadas labores de estuco, esculpiendo en los lados los escudos de Castilla y Leon; y sobre el grande arco labraron otros cinco pequeños, ornamentales y trebolados, sostenidos por seis columnas de seis piés de altura, formando cinco nichos en que se pintaron al fresco otras tantas imágenes.

Pocas veces había visto yo en mujer alguna concierto más cabal y más donoso entre la palabra y el gesto, entre la idea y el movimiento expresivo. Hasta las puntas de los pies, calzados en menudas zapatillas de abrigo y que apenas alcanzaban al suelo, cantaban, a su modo, en aquella música que parecía un gorjeo.

El cuerno, sucio de sangre y de excremento animal, fraccionado muchas veces por los golpes en menudas astillas, rompía las carnes, las rasgaba, las perforaba, siendo al mismo tiempo profunda herida penetrante y aplastadora contusión. Y sin embargo, las atroces heridas se curaban con mayor facilidad que las de la vida ordinaria.

Era una muchacha alta y esbelta, de rostro moreno, con facciones menudas y bien trazadas y unos ojillos dulces y alegres. Pues había oído decir que tenía usted una niña muy bonita; pero veo que la fama se ha quedado corta. La chica enrojeció aún más y apenas pudo murmurar las gracias.

Harto sabemos que hay pobres y ricos; peste, hambre y miseria; que tarde o temprano todos nos hemos de morir; que la sociedad pudiera estar mejor organizada; que hay más hambre que pan y más frío que capas, y más enfermedades que remedios, y más necesidades que recursos para satisfacerlas; pero la existencia de tanto mal no disculpa ni justifica el que produzcamos otro mal, que para nada nos vale, atormentándonos con lamentos y quejas y esmerándonos en las más prolijas y menudas descripciones de todos los vicios, podredumbres, crímenes, infamias y desventuras que hay sobre la tierra.

Parece chino el palacio de Anam, con sus maderas pintadas de rojo y azul, y en el patio un dios gigante del bronce de ellos, que es como cera muy fina de color de avellana, y los techos y las columnas y las puertas talladas a hilos, como los nidos, o a hojas menudas, como la copa de los árboles.

La casa reposaba en un cimiento de piedras menudas hasta el suelo del primer piso, y de ahí para arriba todo el edificio se componia de tablas de abeto graciosa y cuidadosamente unidas. En derredor todo era guirnaldas flotantes, enhiestos arbolitos y alfombras de grama salpicada de flores silvestres.

Allí estaban la falda negra plegada en menudas tablas con primoroso arte, y el abrigo corto de rico paño gris que tiempo atrás lució Cristeta en el paseo del Retiro, el otro abrigo forrado de seda roja que llevó a la cita en la Moncloa, el cuerpo encarnado con botoncitos de plata que se puso la tarde del teatro, y encima de todo un boa gris y un sombrero negro de ala grande y pluma rizada.

Palabra del Dia

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