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Actualizado: 16 de julio de 2025
19 Y que otras siete vacas subían después de ellas, flacas y de muy feo aspecto; tan extenuadas, que no he visto otras semejantes en toda la tierra de Egipto en fealdad. 20 Y las vacas flacas y feas tragaban a las siete primeras vacas gruesas; 23 y que otras siete espigas menudas, marchitas, abatidas del solano, subían después de ellas.
Dime le preguntó Golfín ¿tú vives en las minas? ¿Eres hija de algún empleado de esta posesión? Dicen que no tengo madre ni padre. ¡Pobrecita! Tú trabajarás en las minas.... No, señor. Yo no sirvo para nada replicó sin alzar del suelo los ojos. Pues a fe que tienes modestia. Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas.
El mar estaba agitadísimo, y al surcar las encrespadas y menudas ondas del Mediterráneo, veia con indefinible encanto el admirable panorama de Marsella, iluminado por un sol magnífico y encuadrado entre un cerco de montañas de una aspereza melancólica, pero de un efecto superior sobre el fondo azul del cielo.
SALSA AMARILLA. Se cuecen huevos duros y se pican las claras muy menudas; las yemas se deshacen con una cuchara de madera y aceite, que se irá echando hilo a hilo; cuando está bien mezclado, se pone sal, un cacito de caldo, una cucharada de vinagre, un poco de mostaza y otro de pimienta; se mezcla bien el picadillo de las claras y se saca.
ARROZ DE VIGILIA. En una cazuela con buen aceite se fríe un ajo, que se tira después de frito; se fríe allí mismo cebolla y patata picadas muy menudas; se echa tomate y algo de pescado; lo más indicado son langostinos o cangrejos; después el arroz y el agua y se hace secar al horno.
Las mismas cosas, dichas en alto, serían indiferentes y sencillas por demás. De ordinario sucede así, que no sean las palabras importantes en sí mismas, sino por el tono con que se pronuncian y el lugar en que se colocan, a la manera de menudas piedrecillas que incrustadas convenientemente en la labor de mosaico, ya dibujan un árbol, ya una casa, ya un rostro.
De vez en cuando tirón y arriba un pez, que se revolvía y brillaba como estaño animado. Pero eran piezas menudas... nada. Y así pasaron las horas; la barca siempre adelante, tan pronto acostada sobre las olas como saltando, hasta enseñar su panza roja. Hacía calor, y Antoñico escurríase por la escotilla para beber del tonel de agua metido en la estrecha cala.
Poco á poco, en efecto, fué desapareciendo la palidez del rostro, que volvió á teñirse de vivo carmín. Los labios se fueron plegando para ocultar las dos filas de primorosos dientes que habían mostrado hasta entonces. Con el pañuelo se enjugaba el sudor del rostro y cuello. Tenía la cabeza cubierta de hierbas y hojas menudas que se habían enredado en el cabello.
Y mientras ejecutaban estas menudas labores departían ó narraban cuentos para que se estuviesen quietos los pequeños. El tío Goro de Canzana, cuando no trabajaba, aprovechaba el tiempo para aumentar el caudal ya prodigioso de sus conocimientos leyendo por cuantos papeles impresos llegaban á sus manos.
Sobre mi cabeza, á uno y otro lado, veia los bajos balcones repletos de mujeres y niños, con aire de aplastar á los transeuntes cayendo como enormes racimos; miéntras que el aspecto de las calles y la movilidad de los sombríos grupos tenian no sé qué semejanza con las menudas olas y los grupos de rocas negras, en el seno de un arrecife, agitándose desordenadamente en un dia de borrasca.
Palabra del Dia
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