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Las cuchilladas, estocadas, altibajos, reveses y mandobles que tiraba Corchuelo eran sin número, más espesas que hígado y más menudas que granizo.

Desenredó luego Poldy más de un metro de listón que estaba devanado en la tela de seda, dándole forma de ovillo, y desenvuelta la tela, que era del color de los albaricoques, vio escritos en ella con muy negra tinta varios renglones en extrañas y menudas letras. Ella las miró y las remiró, pero en vano, porque no conocía una sola.

Era el rostro de facciones graciosas y menudas, de tal modo que la boca, medio abierta en el centro y recogida en dos hoyuelos a los lados, no era en todo más grande que sus ojos. La naricilla, corta y un tanto redonda y vuelta en el extremo, era una picardía.

Esto era fácil, , muy fácil; lo terrible era el pico de aquella suma. ¿Por qué se escapaban las cifras, huyendo y desapareciendo en menudas partículas del metal líquido por los intersticios del tul del pensamiento? Era preciso pensar fuerte y espesar la tela, para coger aquellas 233.412 pesetas, con sus graciosas crías los 75 céntimos.

Los autores dramáticos lo mismo que las comidas, los ferrocarriles lo mismo que las industrias menudas, todo le parecía de una inferioridad lamentable. Solía decir que aquí los tenderos no saben envolver en un papel una libra de cualquier cosa. «Compra usted algo, y después que le miden mal y le cobran caro, el envoltorio de papel que le dan a usted se le deshace por el camino.

La Petra no se sentía mujer honrada y cabal sino cuando se dedicaba al tráfico, aunque fuese en cosas menudas, como palillos, mondarajas de tea, y torraé. La otra era un águila para pañuelos y puntillas.

¡Oh, no, no, no!... ¡Imposible que figurara aquel nombre en aquella carta!... Borrólo, pues, con apretadas y menudas tachaduras, para que no pudiera entenderse, y puso en su lugar el marqués de Butrón... El marqués de Butrón le había asegurado que no tardaría un año, y prometido para entonces un porvenir brillantísimo.

No proclamo con esto el cenobio, el enclaustramiento; pero cierto recogimiento que sólo se acepta con gusto cuando conocemos bien la sociedad y todo el tejido de menudas pasiones que en ella bullen y se agitan. Yo me casé a los 25 años.

Como oyera de pronto a su espalda ruido de pasos, se volvió; mas no era su madre la que llegaba, sino una monja. Traía la cabeza metida en una cofia blanca, bajo la cual resaltaba un rostro brillante, hasta parecer erisipeloso, de facciones menudas y redondas.

Los mercaderes de Venecia enviaban a sus amigos de Mallorca muebles de ébano con menudas incrustaciones de marfil y lapislázuli o grandes espejos de luna azulada y marco cristalino.