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Actualizado: 4 de octubre de 2025
No obstante, el cazador Materne, antes de regresar a los parapetos, quiso convencerse de ello; y acercándose cuanto le fue posible al barranco, acompañado de su hijo Kasper y de otros varios, se apoyó en un árbol y apuntó con lentitud hacia el oficial de los bigotes rubios. Cuantos presenciaron la escena contuvieron la respiración, temerosos de que fracasara la prueba.
En menos de dos minutos el camino quedó libre, salvo en Schirmeck, donde era tal la confusión, que no se podía dar un paso. Materne, alzando la vista a la parte más lejana del camino, exclamó: No hago mas que mirar, pero no veo nada. Ni yo contestó Kasper. ¡Vamos!, ¡vamos! exclamó el cazador ; me parece que el miedo de esta gente atribuye al enemigo más fuerza de la que tiene.
En el umbral de la barraca se estrecharon las manos unos a otros y se dieron las buenas noches; y unos a la derecha y otros a la izquierda, formando pequeños grupos, regresaron a sus aldeas. ¡Buenas noches, Materne, Jerónimo, Divès, Piorette; buenas noches! gritaba Juan Claudio.
Está bien añadió Materne ; no es hora de discutir. Los enemigos van a subir; cada cual cumpla con su deber. A pesar de tales palabras, sencillas y reposadas en apariencia, Materne sentía una gran inquietud interior.
Lo cual debió causar una gran alegría al hombre del Harberg. Una vez fuera, Materne, respirando el aire frío con toda la fuerza de sus pulmones, exclamó: ¡Y cuando pienso que hubiera podido sucedernos lo mismo! Sí respondió Kasper ; recibir una bala en la cabeza, eso no es nada; pero que le descuarticen a uno de esa manera y tener luego que pasar el resto de su vida pidiendo limosna...
Cuando llegaron a las afueras del pueblo, frente a una cruz antigua que se alza muy cerca de la iglesia, se detuvieron los tres, y Materne, en un tono más reposado, señalando a sus hijos el sendero que, entre brezos, rodea a Framont, les dijo: Vais a tomar esa vereda. Yo sigo el camino hasta Schirmeck. No iré muy de prisa, para que podáis llegar al mismo tiempo que yo.
Frantz y Hullin, a la izquierda, observaban la meseta; Kasper y Jerónimo, a la derecha, exploraban el valle; Materne y los hombres de la escolta rodeaban a las mujeres. ¡Cosa extraña!
Nunca se había visto nada semejante, y Materne, indignado, se avergonzaba del miedo de aquella gente, que, pudiendo defenderse, huían de una manera cobarde por egoísmo y por salvar sus bienes.
Hacía tiempo que Materne y sus hijos caminaban sin hablar; el tiempo se había presentado hermoso; el pálido sol de invierno brillaba en la nieve deslumbrante sin llegar a fundirla; el suelo sonaba a duro.
Hacia las tres de la tarde, los caminantes oyeron las primeras voces de los centinelas de la partida: ¿Quién vive? ¡Francia! respondió Materne adelantándose. Todos salieron al encuentro de los recién llegados, gritando: «¡Viva Materne!» El mismo Hullin, lleno de tanta curiosidad como los demás, no pudo contenerse y acudió, acompañado del doctor Lorquin.
Palabra del Dia
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