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Actualizado: 4 de junio de 2025


Mientras iba pensando en estas cosas, Materne se encontraba de vez en cuando numerosos rebaños de bueyes, carneros y cabras que se encaminaban a la sierra. Había algunos que venían de Wisch, de Urmatt y hasta de Mutzig; los pobres animales no podían más.

En efecto; una columna se puso inmediatamente en marcha en tal dirección, mientras que otra se dirigía a los parapetos para despistar a los sitiados sobre el movimiento de la primera. Materne gritó Juan Claudio . ¿No habría medio de darle un tiro a ese loco? El anciano cazador movió la cabeza y dijo: No; es imposible; está fuera de alcance.

Era, pues, preciso operar a la vista de aquellos a quienes, más tarde o más temprano, había de llegar el turno. Cuanto hemos descrito sucedió en pocos instantes. Materne y sus hijos contemplaban tales escenas como se contemplan las cosas horribles, para saber lo que son; luego vieron en un rincón, a la izquierda, debajo del reloj antiguo de loza, un montón de brazos y piernas.

En tal momento, Riffi, poseído de un noble entusiasmo, se deslizó a lo largo del talud, porque acababa de ver, un poco a la izquierda, por debajo de los parapetos, un magnífico caballo, perteneciente al coronel muerto por Materne, que se había refugiado en aquel rincón, sano y salvo. En mis manos caerás se decía Riffi ; Sapiencia se va a quedar asombrada.

Mañana, a primera hora, comenzaremos la tala. Hullin quedose un momento hablando con Materne y sus hijos Frantz y Kasper, advirtiéndoles que la batalla seguramente comenzaría en el Donon y que se necesitaban por este lado buenos tiradores, lo cual fue oído por aquéllos con gran complacencia.

Cuando llegaron donde se encontraba Materne, que mandaba un pelotón de hombres, cuyo número ascendía a cerca de doscientos cincuenta, Hullin halló al cazador en disposición de fumarse una pipa, con la nariz roja como un ascua y la barba erizada por el frío, como piel de jabalí. ¡Eh! ¿Eres , Juan Claudio? , vengo a estrechar tu mano.

Materne prometió vigilar el desfiladero de la Aduana con sus dos hijos, Kasper y Frantz, y contestar a la primera señal que le hicieran desde el Falkenstein. Al día siguiente, Juan Claudio marchó a Dagsburg, muy temprano, para ponerse de acuerdo con su amigo Labarbe, el leñador.

Aquel fue un golpe terrible para Juan Claudio, Catalina, Materne, Jerónimo y para la sierra entera; mas el relato de estos acontecimientos no entra en el campo de nuestra historia, ya que otros han relatado tales cosas.

Mientras tanto, iba acercándose la noche; sus tonos grises se extendían por los atrincheramientos y por el abismo, envolviendo en el misterio aquellas horribles escenas. La gente iba y venía entre los despojos de la batalla sin reconocerse. Materne, después de haber secado la bayoneta, llamó a sus hijos con voz ronca. ¡Eh! ¡Kasper! ¡Frantz!

Una vez fuera, volviose Materne y exclamó, al tiempo que le temblaban los labios: Si no me hubiese contenido, le hubiera roto la botella en la cabeza. Y yo dijo Frantz estuve por atravesarle la tripa con la bayoneta. Kasper, con un pie en el escalón, parecía querer entrar; apretaba el mango del cuchillo de monte y su rostro tenía una expresión terrible.

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