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Actualizado: 4 de junio de 2025
Sin duda llegarán antes de una hora; hay que avisar a las avanzadas para que les dejen acercarse, pero sin armas y con antorchas; si vienen de otro modo, hay que recibirlos a tiros. Voy allí en seguida respondió el cazador. ¡Eh, Materne! Volverás pronto a casa con tus hijos para cenar. Bien, Juan Claudio, iremos. Materne se alejó.
Un alemán más o menos entre cien mil no nos ha de sacar ciertamente de apuros; en cambio, si alguno de ustedes vuelve estropeado, será difícil encontrar quien le sustituya. ¡Oh, no tenga usted cuidado, doctor!, ¡iremos con el ojo alerta! Mis hijos respondió altivamente Materne son verdaderos cazadores y saben esperar y aprovechar la ocasión.
El silencio era tan profundo, que se oían los pasos del caballo en la nieve, y, de vez en cuando, su entrecortada respiración. Frantz Materne se detenía algunas veces, dirigía una mirada hacia las laderas obscuras y luego apresuraba el paso para alcanzar a los demás.
Los que hayan salido con bien pueden gloriarse de tener suerte. Sí exclamó Marcos Divès riendo ; yo veía llegado el momento en que Materne iba a tener que tocar llamada; sin los cañonazos de última hora, a fe mía, la cosa tomaba mal cariz.
Kasper, con la mano apoyada en el cañón de la carabina, parecía muy contento de su cacería, y Materne, frotándose las manos, decía: Yo estaba seguro que les traería a ustedes algo; nosotros, lo mismo mis hijos que yo, nunca volvemos con las manos vacías. En fin, ahí está.
Materne hizo el disparo; mas cuando puso la culata en el suelo y miró, nada había cambiado. ¡Es curioso cómo la edad acorta la vista! dijo el cazador. ¡Usted corto de vista! exclamó Kasper ; ¡desde los Vosgos a Suiza no hay nadie que pueda hacer un blanco a doscientos metros mejor que usted! El anciano guardabosque lo sabía perfectamente; pero no quería desanimar a los demás.
De repente, al salir los cazadores de la espesura, cuando marchaban distraídamente y sin pensar en nada, el anciano Materne, deteniéndose tras unas malezas, dijo: ¡Quietos! Y con la mano señaló a la laguna, por entonces cubierta de una capa de hielo delgada y transparente.
Catalina había llegado mientras tanto a la puerta de la fábrica de aserrar, y ordenó a Labarbe que dejara en el suelo un barrilillo de aguardiente, que había traído de la granja, y que fuera a buscar un cántaro a la choza del ségare. Pocos instantes después, Hullin, al acercarse a la hoguera, encontró a Materne y a sus dos hijos. Llega usted tarde le dijo el anciano cazador.
La cabeza de Marcos Divès, con su ancho sombrero de fieltro, rígido por el frío, se inclinó en la sombra. ¿Qué hay, Marcos? ¿Qué noticias? ¿Has avisado a los de la sierra, a Materne, a Jerónimo, a Labarbe? Sí, a todos. Pues no hay tiempo que perder; el enemigo ha pasado. ¿Ha pasado? Sí..., en toda la línea... He recorrido quince leguas por la nieve, desde esta mañana, para decírtelo. ¡Bien!
Cuando Materne, sus hijos y Rochart atravesaban el obscuro pasillo alumbrado por la luz de una linterna, oyeron a la izquierda un grito que les heló la sangre en las venas, y el leñador, medio muerto, exclamó: ¿Por qué me traéis aquí? No quiero, no... No consentiré que me hagan nada. Abre la puerta, Frantz dijo Materne con la frente cubierta de un sudor frío ; ¡abre pronto!
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