Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 4 de octubre de 2025


Sin embargo, Materne estaba pálido. El posadero, que no se daba cuenta de nada, prosiguió: Ustedes tienen que temer más bien, por el bosque de las Baronías, a esos bandidos de Dagsburg, del Sarre y del Blanru que se han sublevado en masa y quieren volver al 93. ¿Está usted seguro? preguntó Materne haciendo esfuerzos por dominarse. ¡Estoy seguro!

Frantz y Kasper irán a su encuentro, le vendarán los ojos al pie de la peña y le conducirán aquí. Nadie hizo observación alguna, y los hijos de Materne, cruzándose la carabina en bandolera, se alejaron bajo la bóveda en espiral. Al cabo de diez minutos los cazadores llegaron adonde el oficial estaba, hablaron con él breves momentos, y los tres empezaron a subir al Falkenstein.

El anciano Materne, con la mano extendida, señalaba a lo lejos, muy a lo lejos, un punto blanco, casi imperceptible, en medio del pinar, diciendo: ¿Reconocéis aquello, hijos míos? Los tres miraron con los ojos medio cerrados. Es nuestra casa respondió Kasper.

Y el anciano Materne decía a sus hijos: Otras veces, después de dos o tres días de caza en la sierra, durante el invierno, me entraba también a un hambre de lobo y me comía una pierna de corzo sin respirar; ahora, ya voy haciéndome viejo y me bastan una o dos libras de carne. ¡Lo que es la edad! Hullin había encendido su pipa y parecía muy pensativo; no cabía duda de que algo le inquietaba.

De vez en cuando hacía Materne sobre el cosaco reflexiones como éstas: ¡Qué cosa más singular!, ¿eh? Una nariz redonda y una frente como una caja de queso. ¡Y eso que hay hombres raros en el mundo! Le has dado bien, Kasper; exactamente en medio del pecho; y, mira, la bala le ha salido por la espalda. ¡La pólvora es magnífica! Divès tiene siempre buen género.

Y todo el conjunto erizado de refulgentes bayonetas, que subían a paso de carga hacia los parapetos. Materne, el cazador, asomando su gran nariz aguileña por encima de una rama de enebro y enarcando las cejas, observaba también la llegada de los alemanes. Y como tenía muy buena vista, distinguía las caras entre aquella multitud y podía elegir la persona que quería derribar.

A pesar de la distancia, Luisa, creyendo reconocer la voz de su padre, fue presa de tal emoción, que Catalina tuvo que sostenerla. Casi simultáneamente numerosos pasos resonaron en la nieve endurecida, y Luisa, no pudiendo contenerse, gritó con voz desgarradora: ¡Papá Juan Claudio!... Ya voy, ya voy contestó Hullin. ¿Y mi padre? preguntó Frantz Materne corriendo hacia Juan Claudio.

Katel, Lesselé y Luisa entraron en seguida llevando una enorme sopera que humeaba y dos suculentos asados de vaca, que depositaron en la mesa. Todos se sentaron sin ceremonia, Materne a la derecha de Juan Claudio y Catalina Lefèvre a la izquierda.

Los tres hombres extrajeron del légamo al cosaco, lo colocaron atravesado sobre el caballo y comenzaron a subir la falda del Donon por un sendero tan rápido, que Materne, en más de cien ocasiones, llegó a decir: «El caballo no puede pasar por ahí

Fácilmente puede imaginarse la animación de la granja, las idas y venidas de los criados, los gritos de entusiasmo de todo el mundo, el chocar de vasos y tenedores, y la alegría que reflejaban aquellos rostros cuando Juan Claudio, el doctor Lorquin, los Materne y cuantos habían acompañado al carruaje de Catalina se instalaron en la amplia sala, alrededor de un magnífico jamón, y se pusieron a celebrar sus futuros triunfos con la jarra en la mano.

Palabra del Dia

sueldos

Otros Mirando