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Actualizado: 4 de junio de 2025


Gerardo parecía presa de un violento combate; lloraba, retorcíase las manos, y en fin, cayendo de rodillas a los pies del lecho de Juanita, exclamó: Me ha vencido usted... no le puedo negar nada... ¡Aunque él deba maldecirme todavía; aunque deba matarme esta vez, volverá usted a verle, señora... , volverá usted a verle!

Entró una señora principal que le llamó ingrato... La señora se reía de ... ¡Qué hora, Dios mío, qué hora!... La señora dijo que yo era la más piadosa y devota señorita de todo Cádiz, y luego me rogó que encomendase a lord Gray a Dios en mis oraciones... La vergüenza me inflamaba, y busqué un cuchillo para matarme... Después...

Me levanté fuera de , y así una silla con resolución hostil; pero lord Gray permaneció tan impasible, tan indiferente a mi cólera, y al mismo tiempo tan sereno y risueño, que sentime sin bríos para descargarle el golpe. Despacio. Nos batiremos luego dijo rompiendo a reír con expansiva jovialidad . Ahora voy a declarar la causa de ese repentino enfado y anhelo de matarme. ¡Pobrecito de !

Hela aquí en pocas palabras: Julián, hijo único, muy amado de sus padres, hiere en la cara á un ciervo, que, al caer, le dice con voz humana: No tengas por grande hazaña La que hoy en matarme has hecho, Porque le guarda en tu pecho Otra más fiera y extraña: Que en hombre que le acompaña Tal crueldad, que ha de matar Sus padres...

Tu saña fugitiva mayor venganza toma en perdonarme; pues mi tormenta aviva ¡qué pesar! no acabando de matarme con las ondas de hielo, que á la tierra me arrojas desde el cielo. ¿Por qué de tus cristales me dejas salir vivo, si procuro en tan continuos males ser de tu nieve infausto Palinuro, y no en pena crecida morir á manos de mi propia vida? ¿Por qué del fuego mio no apagas el incendio rigoroso? ¿Por qué en tu centro frio á mi pena no das sepulcro undoso?

, para matarte y matarme... dijo Maxi en un tono que no pudo ser tan lúgubre como él deseaba, pues el arma empezó a causarle miedo, a causa de que en su vida había tenido en las manos un chisme de tal clase... ¡Qué cosas tienes! dijo ella palideciendo . no sabes lo que te pescas... Pareces tonto... Matarme a , ¿y por qué?...

¡Pero, por Dios, no acabes de matarme... ten piedad de !... ¡Esto es horrible!... ¡Yo que te amo tanto, Dios mío!... y que ni aun me atrevo a decírtelo... porque creerías que miento para salvarte de la muerte... y, sin embargo... aquí delante de Dios... te juro que te amo... ¡oh! te lo juro. Y deshecha en lágrimas levantaba desesperadamente sus brazos al tachonado cielo.

Pero, hombre, ¿cuándo se dará esa batalla, cuándo volveremos a Córdoba, para enseñarle yo a mi señorita cómo se portan los caballeros de ideas modernas, que han recibido un desaire de las novias de Jesucristo? Pero diga usted, Santorcaz: si perdemos la batalla, si nos matan... Todavía no se ha hecho la bala que ha de matarme a . Y usted, ¿qué presentimientos tiene?

Vaya, poneos los sombreros, que aquí todos somos iguales, todos somos compañeros de armas, y lo mismo puede matarme a una bala que a vosotros. Ea, bebamos juntos. ¿Tenéis vergüenza porque soy noble y mayorazgo, y vosotros unos pobres hambrones? Fuera necedades; que hoy o mañana las Juntas quitarán todas esas antiguallas, y entonces cada cual valdrá según lo que tenga y lo que sepa.

¡Eso sería matarme, niña mía! ¿Sabes por qué me pongo enfermo? por no poder besar esos ojos que me asesinan. ¡Jesús! exclamó Venturita soltando la carcajada. ¡Qué fuerte te da! ¡Siento no poder curarte! ¿Permitirás que me muera? Si. ¡Gracias! Déjame besar tus cabellos entonces... No. Tus manos. Tampoco. Déjame besar cualquier cosa tuya... ¡Mira que me haces mucho daño!

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