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Actualizado: 19 de junio de 2025
Juan comprobó, con profundo disgusto, que Huberto Martholl se precipitaba tras de María Teresa, y se instalaba al lado de ella en el break; la joven lo recibió con una sonrisa. ¡Oh! cuánto habría dado Juan por oír las palabras que cambiaban...
El telón caía, terminando el primer acto, cuando María Teresa y Jaime hacían abrir el palco de Huberto. Al entrar fueron recibidos por las exclamaciones de Huberto, de la señora Gardanne y de su hija. ¡Al fin llega usted! dijo Martholl, ayudando a María Teresa a quitarse el abrigo, mientras su tía agregaba: ¡Era tiempo!
¡Ah! ¿por qué aquella voz es tan alegre, cuando en el mismo instante él sufre tanto que el temblor le impide bajar? En la puerta, una última emoción lo contiene. ¿Qué va a ver abajo? ¿A Huberto Martholl al lado de ella, sin duda? ¡Cuánto valor necesita todavía! Llega al vestíbulo. Al divisarlo María Teresa, exclama de nuevo: ¡Venga, Juan!
¡No, no! sobre este punto estoy tranquila; de cualquier manera que Martholl esté vestido, ha de ser siempre con el esmero que le vale tantas admiradoras. Quisiera solamente, para tomar mi resolución, ver a Martholl con más frecuencia, para conocerlo mejor. ¿Sabes una cosa? ¡Pues bien, me ha sorprendido que se entusiasmara tanto contigo! Eres muy amable; tu cumplido me conmueve.
María Teresa chocada de aquel tono agresivo que revelaba un estado de alma que no se explicaba, pues Martholl no era para ella más que un amable indiferente, miró a Juan con sincera sorpresa: ¿Qué tiene usted, mi pobre amigo? Nunca lo he visto de tan mal humor. ¿Es de vernos flirtar un poco que se irrita usted así? ¿Hay grados, entonces, en el flirt?
Desde el principio de la estación, Max Platel se mostraba muy solícito con ella; la joven estaba envanecida, pues el novelista a un exterior atrayente reunía una reputación lisonjera, y la circunstancia de que se le reconociera talento, aumentaba el mérito de sus atenciones. Y nuestro amigo Huberto Martholl ¿cómo es que no se encuentra ya aquí? preguntó Diana.
A pesar de toda la calma de María Teresa, el tiempo que medió entre el día de llegada y el miércoles en que debía recibir a Martholl, le pareció largo. ¿Qué corazón de joven no se sentiría turbado por la esperanza del amor entrevisto? Este primer día de recepción, tan impacientemente esperado, llegó por fin.
La visión de la inmensa dicha que se cernía sobre Martholl, evocó en el espíritu de Juan la imagen de la joven en traje de novia.
El espíritu hastiado de Martholl por la vida fácil que había llevado siempre, encontraba un encanto nuevo en el estudio de aquella alma pura y sana de la joven. Hasta entonces no había pedido al amor más que una embriaguez ligera y un sueño dulce. Jamás esta pasajera impresión había dejado en su cerebro y en su corazón otra huella que el recuerdo de un placer momentáneo.
Sin duda, Martholl se alegraría mucho de oírte a juzgar por el efecto que te producen sus elogios; ese joven debe poseer el alma de un gran modisto. ¿Es con intención de despreciarlo como hablas así? Hay ironía en tus palabras... María Teresa no se dignó contestar; Diana calló un instante y repuso, mirando socarronamente a su prima: ¿Quieres que te diga una cosa?
Palabra del Dia
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