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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Huberto miró a su madre con estupefacción; la conocía como muy hábil, pero aquella astuta previsión lo desconcertaba. Después de un silencio dijo: Le he dicho a usted la verdad, madre. Amo a María Teresa; una ruptura me haría desgraciado. Comprendo ese sentimiento concedió la señora Martholl dueña siempre de sí misma; está justificado por el encanto de la joven.
El señor Martholl parece una excelente persona, es de buena familia, reúne todas las condiciones deseables; comprendo, pues, que te guste, y si tú te decides en favor suyo, ninguna objeción tendremos que hacer, tu padre y yo; nuestro único pesar sería, sin embargo, que el señor Martholl permaneciese desocupado. ¡También yo espero que no esté resuelto a pasarse toda la vida sin hacer nada!
Alicia no va a dejar escapar la ocasión de mostrar a sus amigas en este invierno, el más hermoso ejemplar de los nuevos flirts que han aparecido en este verano. Digo esto, pues en mi concepto, sabes, se contentará con el flirt. Huberto Martholl no me hace el efecto de un señor decidido a casarse con una joven sin fortuna, y dudo mucho que las de Blandieres tengan ni sombra de dote.
Puedes estar seguro, papá, de que Juan se hallará aquí mañana a la noche, si no es imposible. Corro al telégrafo. Excúseme, señor Martholl balbuceó el señor Aubry levantándose penosamente, voy a pasar a mi cuarto, no puedo más... Y sostenido por su mujer y su hija, salió del salón. María Teresa volvió pronto, con el rostro oscurecido y los ojos húmedos.
A Huberto le parecía que la prudencia de su madre tomaba un aspecto algo maquiavélico, pero no lo llevaba a mal; sabía que hay que ser indulgente con las exageraciones del amor materno. Las de la señora Martholl le procuraron el famoso medio «honorable.»
La victoria reciente del joven Duque de Castillon, que se había cubierto de gloria en una aventura semejante, alentaba las esperanzas en el corazón de muchas madres. La señora de Martholl no se libró de este contagio, y, desde entonces, razonablemente, habituó su espíritu a las concesiones.
Huberto Martholl estaba a su lado, aquel Huberto que ella «prefiere, porque baila admirablemente el boston,» pensaba siempre Juan, acosado por la frase oída. Aislándose de sus vecinos, para absorberse en sus tristes pensamientos, que le demacraban el semblante y le endurecían la mirada, seguía con ojos insistentes los menores gestos de Huberto y de María Teresa.
¡Antes de buscarnos motivos de ruptura, sería prudente esperar a que Martholl pidiera mi mano! Si no la ha pedido todavía, la pedirá, puedes estar segura, y no veo qué razón te haría rechazar a un novio tan extraordinariamente chic. Anda, no lo dudes, hay muchas probabilidades de que pronto seas la señora de Martholl.
Por lo contrario, experimentó cierta satisfacción, como si la circunstancia de que Martholl gustase de ella la hubiese hecho superior a las otras jóvenes allí reunidas. Eran ideas que nunca se le ocurrían, pero que, en aquel instante, bajo la influencia de aquel ambiente tendían a impresionarla en favor de Huberto.
Entonces Diana se aproximó a ella, pasó un brazo alrededor de su cintura, y miró, a su vez, hacia afuera. ¿De qué lado debe venir el hermoso Martholl? ¡Pero si es probable que no venga! murmuró María Teresa, descontenta de haberse traicionado ella misma, por su impaciencia de ver a Huberto.
Palabra del Dia
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