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Actualizado: 19 de junio de 2025
El saber conservar la compostura que contiene a cierta gente propensa a la familiaridad, no es algo que conocen todos. ¡Lo creo!... Nada más que de pensarlo, siento frío suspiró irónicamente Platel. ¡Pobre Martholl!
Para desvanecer la animosidad que sentía nacer entre las dos jóvenes, Martholl, con habilidad, se dirigió a María Teresa. No lamente lo que acaba de decir la señorita Diana, pues me ha hecho muy feliz. ¿Feliz? Sí, señorita; porque, sin ella, quizá no habría conocido la confianza justificada que usted tiene en mí. He creído que este miércoles no llegaría nunca.
Huberto Martholl caminaba pensativo al lado de María Teresa, a quien había despojado de su raqueta y de su abrigo. Al llegar a la playa quedaron deslumbrados por un fulgor dorado. El sol se sumergía en las aguas como triunfador, en una decoración de púrpura y oro. María Teresa se sentó sobre una piedra. Era su hora favorita.
Quiero que un día, estando yo a su lado, no contemple más las puestas de sol. María Teresa se levantó riendo, con risa forzada; las frases de Huberto empezaban a molestarla; juzgó prudente interrumpirlas. Viendo a la joven de pie, Martholl quiso tomarle la mano, pero ella la retiró bruscamente. ¿No me permite subir con usted a la terraza? interrogó él.
Y como Martholl, Platel, Bertrán y James Milk, les tendieran sus brazos auxiliadores, las primeras siluetas finas fueron deslizándose una a una. Entonces el corazón de Juan latió con violencia. Pero pronto su semblante se serenó; lo que él temía, no sucedió; ágilmente, María Teresa saltó sin la ayuda de nadie.
El médico le ha recomendado calma, usted lo sabe; hay que portarse con juicio, papá querido. El señor Aubry calló un instante, luego dijo: Dime, ¿por qué no me hablas de Martholl y por qué no sube a verme? Creo que teme fatigarlo a usted. ¡Ah! exclamó distraídamente el señor Aubry, que parecía seguir una idea. ¿Pide noticias mías a lo menos?
Pero respondió el señor Aubry, que buscaba un medio de rehusar la oferta generosa de Juan, tal vez Martholl aceptaría nuevas condiciones... Ama a María Teresa. Le ruego no dé ningún paso en ese sentido. No sería proceder con dignidad, créame; eso no serviría sino para arrojar el descrédito en nuestros asuntos.
La señora Aubry no comprendía. Azorada de oír una confidencia tan inesperada, balbuceó: ¿Tú eres feliz? Mamá, yo no quiero casarme con Huberto Martholl. Pero ahora soy libre. La rara conducta del señor Martholl me deja libre, libre, libre. ¡Qué dicha! ¿Pero qué ha pasado entonces? ¿Por qué no me has enterado de la transformación de tus sentimientos?
María Teresa se excusó y salió precipitadamente. Algunos minutos después, la puerta del salón se abría, para dar paso al señor Aubry, sostenido por sus dos hijos. Estaba muy pálido; se dejó caer pesadamente sobre un sofá; luego, a Martholl le dijo: Discúlpeme de presentarme en esta triste figura... me he desvanecido en la fábrica y han tenido que traerme en coche como un bulto.
Usted podrá colocarlos en el canastillo de bodas, rogando al señor Martholl, que le conceda un pequeño plazo para la entrega de los otros cuarenta mil pesos. De esta manera los novios tendrán algunos años de absoluta seguridad, aunque la fábrica no marche bien, lo que no tenemos que temer, ciertamente.
Palabra del Dia
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