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Actualizado: 19 de junio de 2025
De todos los nombres que la señora Aubry había pronunciado al presentarlo, uno solo retenía su memoria: el de Huberto Martholl. A este joven que, la víspera, durante la comida, apenas había notado, porque le había parecido un mundano cualquiera, ¡con qué ojo investigador no lo observaba ahora!
A fin de calmarse, calculaba que la distancia era grande entre el Luxemburgo y la calle de Artog, donde vivía la señora Martholl, y que, en suma, aquella tardanza no podía ser sino de buen augurio, dado que la visita se prolongaba. La señora Martholl, de la familia Reversy-Jollambeau, tenía gran influencia sobre su hijo.
Yo soy espiritual, usted es linda; ahora sucede que soy yo, entre tantos otros, el llamado a desempeñar la importante función de hacerla reír a usted, yo que me deleito con la gracia amable de su sonrisa y el alegre encanto de todo su ser... Dígame, encantadora señora, ¿a quién prefiere usted, a mí o a este hermoso Martholl cuya plasticidad revoluciona a sus amigas?
Me inquieta un poco el trayecto de la estación a casa, pero no tengo otra cosa que ponerme, y se necesitan varios días para enterarse de lo que se usa y otros tantos para elegir entre las creaciones nuevas. ¡Puedes estar tranquila! no quedarás deshonrada porque te vean con una toilette que no es de otoño. Depende de la persona que encuentre. No quisiera que fuera Martholl, por ejemplo.
Su madre y él contemplaban con inquietud los acontecimientos probables: la muerte del señor Aubry y la quiebra de la casa. La señora Martholl concibió temores muy serios. Preocupada de que su hijo pudiera encontrarse en una situación comprometida, se hizo apremiante y persuasiva.
Sabía que había frecuentado mucho el gran mundo, y, además, la amaba... Seguramente, consentiría de buena gana en llamarse la señora Martholl. Por otra parte, esta unión le aseguraba una existencia agradable.
Por lo demás, lo repito, mi decisión no data sino del día en que me informé de la solidez de la casa Aubry. Huberto tomó la mano de la señora Martholl y llevándola a sus labios, añadió: Sólo me resta agradecerle a usted sus gestiones. Está bien, hijo.
Van ustedes a penetrarse dijo la joven abriendo el viejo instrumento, qué lindo sonido tiene todavía. Mientras Juan, que los había seguido, buscaba el medio de hacerse olvidar, Martholl se instalaba al lado de María Teresa, emitiendo algunas reflexiones de conocedor sobre las cosas que adornaban el salón.
Hay muchas personas que, como yo, viven principalmente por los ojos; debería tenerse cuenta de ellos y cuidárseles la decoración. En nuestra época toda la fantasía, toda la alegría del color, se ha refugiado en el vestido femenino, puesto que nosotros no somos ya más que tristes maniquíes, todos iguales, negros y dibujados por igual. ¡Ah! permíteme, querido amigo interrumpió Martholl.
Desde hace dos meses he dejado de ser la novia de Huberto Martholl, me he desligado de las promesas que nos unían... Una palidez mortal se extendió por el rostro de Juan, y todo su cuerpo tembló. ¡Me vuelvo loco! balbuceó. No comprendo... diga, ¡ah! diga... La joven continuó: Es bien sencillo lo que pasó en mí. Me convencí de que me había equivocado, que nunca había amado a Huberto.
Palabra del Dia
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