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Actualizado: 20 de mayo de 2025


De tal modo, que parecía evitar cuidadosamente por medio de una conversación varia e interesante que Mario tuviese ocasión para decirle a qué había venido. Pero éste se mostraba a cada instante más taciturno. Bruscamente le dijo: Godofredo, necesitaba hablarte algunos instantes a solas. me dirás a qué hora puede ser. ¿A solas? preguntó el terso joven, ruborizándose de nuevo. ¿Por qué a solas?

Hija mía, lo siento mucho, le dije, pero yo no mantengo clases pasivas. No faltó quien celebrase el chiste y quien admirase la firmeza de corazón del empedernido seductor. Mario no pudo reprimir un gesto de repugnancia. Aquel rasgo de crueldad expresado en forma tan cínica le dio frío.

La dicha de Mario comenzaba a molestar ya a los dioses. Fuerza era que pagase el tributo debido a su condición mortal. En los últimos tiempos había descuidado bastante la oficina. Su amigo y antiguo jefe Oliveros le había advertido que el director no estaba satisfecho de él. La culpa no era de Carlota, como pudiera presumirse.

Su cortesía se satisfizo con incorporarse levemente y enviar al advenedizo, a guisa de saludo, una mueca que quería parecer sonrisa. Mario se sintió cohibido. Aquel cura no le era simpático. Godofredo, repuesto de la sorpresa, se mostró amabilísimo con su amigo, le colmó de atenciones, hablando sin cesar.

Ante el esplendor glorioso de aquel ocaso Mario permaneció inmóvil de sorpresa y admiración. En el paisaje no había más que luz, pero la luz bastaba para llenar de colores y formas el cielo y la llanura. Allá a lo lejos las torres de Madrid temblaban en un vapor azulado debajo de la fantástica ciudad flotante de las nubes.

El escultor levantó vivamente la cabeza. ¿Qué señas tenía ese niño? Pues yo no he reparado bien... Era rojito él y blanco. ¿Cuántos años tendría? Tampoco puedo decirle... Era pequeñito... ¿Pero iba en brazos? Ca, no, señor; andaba él solo perfectamente. Lo llevaba la mujer de la mano. ¿Tendría cuatro años? Por ahí... por ahí... Mario se alzó agitado y preguntó con anheló: ¿Qué traje llevaba?

El viejo pasó por delante de Mario sin verlo, y al llegar a la orilla del Estanque grande se precipitó en él. El dependiente paró. Mario corrió instantáneamente al sitio, y viendo al viejo luchar con la muerte, despojó súbito de la levita y se arrojó a salvarlo. Aunque sabía sostenerse en el agua no era gran nadador: por otra parte, los pantalones y las botas le embarazaban extremadamente.

En los corrillos se saboreaban con deleite estas noticias de gusto romancesco. Pero en uno de ellos, cerca del cual se hallaban Mario y el delegado, una mujer que acababa de acercarse dijo: Pues ayer tarde he venido de Madrid con el niño de D. Ricardo y no he visto esa mujer. Todos los rostros se volvieron hacia ella.

¡Mardita sea! Pero lo que yo digo: ¡si esto es pior que la Inquisisión! ¡Si esta pobre mujer quié ver a su marío! Don Carmelo intentó disuadir a la familia. Al día siguiente verían al enfermo... si es que estaba mejor. Por el momento era imposible. Les infundió tranquilidad y confianza, acostumbrado como estaba al trato de la muchedumbre emigrante.

Eso es... No lo he juzgado conveniente corroboró D. Pantaleón dirigiendo una mirada tímida a su mujer. Presentación hizo un mohín de desdén y se volvió hacia Mario y Carlota. Pero juzgando que era ya tiempo de dejarlos abandonados a propios, entabló conversación con una señora que se refrescaba con grosella en la mesa inmediata. ¿Qué es eso, D.ª Rafaela, no lee usted hoy La Correspondencia?

Palabra del Dia

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