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Actualizado: 20 de junio de 2025
Hay en ella una vaguedad que parece premeditada y hasta ofensiva. Reconozco tu derecho a romper un lazo que la ley no había consagrado todavía, pero debes de comprender que sobre la ley está la decencia, y que entre personas decentes la palabra algo vale. El que la rompe sin motivo podrá no tener pena, pero desde luego queda castigado en la conciencia de las personas honradas. ¡Mario, por Dios!
Como Miguel era parco en los elogios y su espíritu más propenso a la burla que al entusiasmo, al menos en apariencia, Mario experimentó al oír tales palabras vivo placer. Trascurridos algunos días, Rivera volvió a sacarle la conversación de la escultura. Se anunciaba una exposición de bellas artes para la próxima primavera.
A los oídos de Mario no llegaban estos juicios de sus compañeros. Sólo el rumor del público y de sus amigos le traían elogios y plácemes. Los miembros del jurado se mostraban con él deferentes y afectuosos, le ponían la mano sobre el hombro, le decían palabritas lisonjeras.
Mario le estrechó la mano en silencio. Llegó por fin el mes de Febrero, época en que debía inaugurarse la exposición de Bellas Artes. Mario hizo un esfuerzo supremo, y el magno grupo quedó terminado a tiempo y vaciado en yeso. Cuando Rivera, que había dejado de ir al estudio en los últimos tiempos adrede, lo vio en esta forma, quedó gratamente sorprendido.
No se hartaba de felicitarse a sí propio de haber tenido bastante habilidad para no haber caído en la red. Amigo Romadonga, por esta vez se ha equivocado usted. No hay tal disgusto matrimonial dijo resueltamente Mario. Me alegro, me alegro muchísimo. Ojalá no haya entre ustedes jamás motivo de discordia repuso Matusalem con amabilidad.
Más de una vez se detuvo delante de él como si quisiera decirle algo, pero se arrepentía antes de abrir la boca y continuaba paseando. Al cabo hizo un gesto de resolución y, acercándose y poniéndole una mano sobre el hombro, profirió: Escucha, Mario. En estos momentos terribles es conveniente expresar todo lo que cruza por nuestro pensamiento, por disparatado que parezca.
Cuando terminaba la cura, Mario preguntó a su esposa en voz baja: ¿Y tu padre, dónde está? No lo dijo tan bajo que no llegara a los oídos de D.ª Carolina. ¡En el infierno! exclamó con acento rabioso. ¡Allí debía estar ese bárbaro!
Ellos, además, no se han recatao; han ido a toas partes como si fuesen marío y mujé, a la vista de too er mundo, a cabayo, lo mismo que los gitanos que van de feria en feria. Cuando estábamos en el cortijo me yegaban noticias de too lo que hacía Juan; y luego, estando en Sanlúcar, también. El Nacional creyó necesario intervenir, viendo que Carmen se conmovía con estos recuerdos e iba a llorar.
Volvió a contemplarle Rivera con sorpresa, y repuso sin poder evitar una sonrisa de lástima: Puede, puede ser. Yo le he tratado muy poco, ¿sabes? Desde que ese idiota de Moreno le ha tomado por su cuenta, temía que se hubiese extraviado. Mario sonrió algo contrariado. ¡Qué duro está usted con Adolfo, D. Miguel! ¡Alto ahí, amigo!
Pues caminando por esta senda deliciosa, alumbrada por los astros más propicios, tapizada de flores que embalsamaban el ambiente, una espinita vino al fin a clavarse en el pie de Mario.
Palabra del Dia
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