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Actualizado: 20 de junio de 2025


¡Pobre chico! ¿Qué culpa tiene él de que se le escape la saliva? repuso aquélla sonriendo. ¡Anda! ¿Y qué culpa tengo yo? exclamó enfurecida la otra. Mario rió la ocurrencia, irritado contra el violinista que le había impedido extraviarse por la floresta. Romadonga la amenazó con el dedo. ¡Niña! ¡niña! ¿Qué le duele a usted, D. Laureano? A nada.

Mario se le puso delante con las manos cruzadas en actitud suplicante. Por lo que más quiera usted en este mundo, amigo García, le ruego que vayamos ahora mismo. ¡Pero si no hay tren, Sr. Costa! No importa, iremos en coche. Vaciló el delegado algunos instantes, puso varios reparos, pero al fin, vencido de las súplicas del desgraciado padre, se decidió a ir.

¿Qué? ¿Estás triste porque no comemos juntos? Mario sonrió avergonzado. Bien, pues volvámonos. Pero nada más que hoy, ¿sabes? La alegría entró de nuevo como un torrente en el alma de nuestro joven. Volvieron sobre sus pasos, entraron en el restaurant y pidieron un gabinete. ¡Qué hermosas y puras emociones experimentaron en aquella comida! Mario parecía un colegial escapado.

Carlota, viendo con terror aquel motín y temblando que D.ª Carolina averiguase la verdad, llamó en secreto a su padre al cuarto, le echó los brazos al cuello y le dijo llorando: He sido yo, papá; he sido yo la que te ha llevado el tabaco... Pero que no se entere mamá, que no se entere Mario cuando vuelva. que no fuma porque no tiene dinero y yo tampoco lo tengo para dárselo.

Con una salva de aplausos fué saludado el doctor Cárdenas, al terminar su sencilla y patriótica peroración. A continuación habló el doctor Mario García Kohly. He aquí su brillante discurso: Sr. General en Jefe de las Fuerzas Armadas de la República.

Mario hallaba en él un hombre grave, pero dulce, afectuoso, de una cortesía exquisita. Apenas se le sentía en la casa. Sin embargo, D.ª Carolina, a quien trasmitía sus órdenes, estaba siempre pendiente de ellas, y no daba jamás un paso sin consultarle y pedirle la venia.

Quiso enterarse de los pormenores. ¡Bah! Yo creo que eso se arreglará. No se apure usted. Su papá tenía muy buenas relaciones. En cuanto los amigos se enteren, será usted repuesto. ¿Y no ha habido razón alguna para esa cesantía? ¿Ha tenido usted algún choque con los jefes? Mario confesó avergonzado que desde hacía algún tiempo no asistía a la oficina con la asiduidad que antes.

¿Cómo podían sospecharse en la clase sus pasadas tribulaciones domésticas?... ¡Ah, !... ¡Ya lo recordaba!... Habiéndole visto un domingo el alumno Mario Aguilar de paseo con su hija, díjole zumbonamente el lunes, cuando iba a dictar su curso: ¡Lo felicitamos, monsieur Jaccotot!... Ya lo vimos ayer paseando con una linda rubia...

Pero descuida, no tardará en levantarse. Dieron una vuelta por los alrededores, y en efecto, cuando tornaron Mario se hallaba de nuevo trabajando y con tal ardor que no advirtió su presencia hasta que le tocaron en el hombro. Pero Carlota no concedía la importancia que Miguel a los trabajos artísticos de su esposo.

El cielo escuchó sus oraciones. D.ª Carolina se presentó al cabo de media hora radiante de dicha. Y antes de que saliese una palabra de sus labios, corrió hacia su hija y la abrazó estrechamente derramando un torrente de lágrimas. Después hizo lo mismo con Mario.

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