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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Sobre el parapeto del camino real que cae al mar estaban siempre de codos algunos marineros, con gruesos zuecos de palo, faja de lana roja, gorro catalán; sus rostros curtidos, su sotabarba poblada y recia, su mirar franco, decían a las claras la libertad y rudeza de la existencia marítima; a pocos pasos de este grupo, que rara vez faltaba de allí, se instalaba, en la confluencia de la alameda y la cuesta, el mercadillo: cestas de marchitas verduras, pescados, mariscos; pero nunca aves ni frutas de mérito.
En una alcoba, en que se veían todavía algunos muebles decentes, aunque habían desaparecido los de lujo; en una cama elegante, pero cuyas guarniciones estaban marchitas y manchadas, yacía una joven pálida, demacrada y abatida. Estaba sola. Esta mujer pareció despertar de un largo y profundo sueño. Incorporóse en la cama, recorriendo el cuarto con miradas atónitas.
Las tres infelices están que da lástima verlas de marchitas y acongojadas, y de seguro preferirían la peor vida del mundo a la que ahora llevan, aguantando con gusto palos de marido o rigores de abadesa, con tal de abandonar las sombrías mazmorras de mi casa. No ven a otros hombres que a mí y a D. Paco. ¿Te parece que estarán divertidas? ¿Usted sale por las noches de su casa?
Hubo una pequeña pausa y Melisa sacó de su pecho algunas hojas verdes, ya marchitas, y mostrándolas con el brazo tendido, y con su rápido y vívido lenguaje y con la extraña pronunciación de su primitiva infancia, en que reincidía en los momentos de excitación, dijo: Ahí tienes la planta venenosa que mata y que tú mismo me enseñaste. Me iré con los actores o comeré esto y moriré aquí.
Los más eran padres de familia, con señora encopetada y con prole. Ni ellos ni yo queríamos, debíamos ni podíamos volver a la vida pasada, salvo el hacer resurgir del seno de lo que fue, y por evocación mágica, una fugaz apariencia que, no bien se dejaba columbrar, mostraba marchitas y ajadas las lindas galas que en el recuerdo había conservado.
Sus mejillas estaban pálidas y marchitas, sus ojos hinchados y enrojecidos, y todo su semblante denotaba una ansiedad profunda, terrible, ardiente, un terror pánico de lo desconocido que el porvenir le reservaba.
Después de reflexionar un poco, determiné ir a Cádiz para desde allí trasladarme a Madrid. Así lo hice, venciendo los halagos de Doña Flora, que trató de atarme con una cadena formada de las marchitas rosas de su amor; y desde aquel día, ¡cuántas cosas me han pasado dignas de ser referidas!
Con el nombre del lungcasan se celebra el cabo de año, en el que no solamente se cena, sino que en la generalidad de los casos también se baila. Después del lungcasan, último recuerdo que consagra el vivo al muerto, no quedan ni fechas, ni memorias, ni conmemoraciones, ni marchitas coronas.
Aquellos individuos merendaban alegremente, y nos dispensaron una acogida cariñosa, brindando, así que entramos, a nuestra salud. Observé que, en medio de la confianza, don Jenaro infundía cierto respeto a todos. De las tres muchachas, una se llamaba Concha la Carbonera: era delgada, de un rubio ceniciento, mejillas pálidas y marchitas y ojos azules, fieros y desvergonzados.
En aquellos grandes ojos extáticos, tembló al fin una lágrima, creció, vaciló... desprendióse rodando, dejando húmedo surco sobre sus mejillas marchitas, y cayó como una gota de fuego sobre su mano, que se dejó quemar sin moverse. Poco después, se había evaporado. Un ángel la recogió y la llevó a Dios para que pidiese cuenta de ella a quien correspondiese.
Palabra del Dia
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