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El aperador rondó por cerca de la puerta sin ver a María de la Luz. Bien entrada la mañana, el señor Fermín, que vigilaba la carretera desde lo alto de la viña, vio al final de la cinta blanca que cortaba el llano una gran nube de polvo, marcándose en su seno las manchas negras de varios carruajes. ¡Ya están ahí, muchachos! gritó a los viñadores. El amo llega.

Continuaba el Cantó sus lamentos, enrojeciéndose con el esfuerzo del cacareo doloroso que daba remate a las estrofas. Su pecho angosto jadeaba con el esfuerzo; dos rosetas de enfermiza púrpura coloreaban sus pómulos; dilatábase su débil cuello, marcándose en él las venas con azul relieve.

Los zapatos colocados ante una de las puertas resbalaron con leve chirrido. Ferragut percibió una vaga impresión de aire que se desplaza con el lento avance de un cuerpo. Se movió la puerta; la silla retrocedió poco á poco, suavemente empujada. En la obscuridad fué marcándose una sombra móvil, mucho más negra y densa. El hizo un movimiento.

Sus ojos parpadearon con instantánea ceguera antes de habituarse á la penumbra de los verdosos corredores... Y cuando las primeras imágenes fueron marcándose vagamente en su retina, casi hizo un paso atrás, á impulsos de la sorpresa.

Leonora había dejado caer su labor sobre el banco y miraba a lo alto, marcándose la suave curva de su garganta en tensión. Parecía sumida en un éxtasis, como si pasase ante sus ojos la visión del pasado. De pronto se incorporó con un estremecimiento. Creo que estoy enferma, Rafael. No qué tengo hoy.

Subió en un carruaje descubierto, acompañada de dos amigas, y al arrear el cochero los caballos, todavía volvió la cabeza para ver al espada, marcándose en su boca una ligera sonrisa. Gallardo anduvo distraído toda la tarde.

El ansia de la riqueza, el delirio de la tierra se había apoderado de él como una pasión deleitosa, la única que honestamente podía tener en su vida monótona, siempre igual, marcándose por la noche hora por hora todo lo que haría al día siguiente. En aquella pasión por la riqueza había algo de contagio matrimonial.

Se abrió la puerta de la alquería, que estaba entornada, marcándose en su rectángulo de luz rojiza la silueta de Pep. ¡Avant els hómens! dijo como un patriarca que comprende los anhelos de la juventud y ríe bondadosamente de ellos. Y los hombres entraron uno tras otro, saludando al siñó Pep y los suyos, ocupando los bancos y sillas de la cocina como niños que llegan a la escuela.

Rafael, incorporándose, veía por detrás de la ermita toda la Ribera baja; la extensión de arrozales bajo la inundación artificial; ricas ciudades, Sueca y Cullera, asomando su blanco caserío sobre aquellas fecundas lagunas que recordaban los paisajes de la India; más allá la Albufera, el inmenso lago como una faja de estaño hirviendo bajo el sol; Valencia cual un lejano soplo de polvo, marcándose a ras del suelo sobre la sierra azul y esfumada; y en el fondo, sirviendo de límite a esta apoteosis de luz y color, el Mediterráneo; el golfo azul y temblón, guardado por el cabo de San Antonio y las montañas de Sagunto y Almenara que cortaban el horizonte con sus negras gibas como enormes cetáceos.

Y el marido, que instintivamente intentaba repelerla, acabó por abandonarse entre aquellos brazos, repitiendo sin darse cuenta las mismas palabras cariñosas de los tiempos felices. Ante sus ojos, habituados a la oscuridad, iba marcándose con todos sus detalles el rostro de su mujer. ¡Luis, Luis mío! decía ella sonriendo en medio de las lágrimas . ¿Cómo me encuentras?